La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Objetores de ciertas felicitaciones de Navidad

Sufrimos ya la matraca de quienes nos desean la felicidad sin tomarse la molestia de escribir ni nuestro nombre

La Avenida de la Constitución con el alumbrado especial de Navidad

La Avenida de la Constitución con el alumbrado especial de Navidad / Antonio Pizarro (Sevilla)

Una de las matracas del Adviento son las felicitaciones despersonalizadas, que valen para cualquiera, en las que el autor no se ha molestado ni en colocar por delante el nombre de pila del receptor. Se envían de forma masiva, en bloques de cuatro, cinco o seis, según permita el servicio de mensajería del teléfono. O salen de una en una como las pelotas que lanza la máquina de entrenamiento del tenis. Llegan con foto y sin foto, con mensaje piadoso o con una leyenda laica. Algunas vienen por los cauces antiguos del sms, modalidad vintage donde las haya. Hay casos en los que el mensaje inmediatamente anterior es el mismo o muy parecido, pero de la Navidad de 2021, lo que demuestra que se trata de felicitaciones mandadas sin base alguna, enviadas porque sí, por quedar bien y, obviamente, sin resultado. Hay que ser objetores de estas felicitaciones que valen para un amigo, pariente o compañero de currelo.

No se deben responder aquellas en las que no se han tomado ni la molestia de citarnos, a pesar de desearnos tantas cosas buenas. Cuando a uno lo tratan como sujeto del montón, como miembro de una bulla, como integrante de una muchedumbre, no se debe dar una respuesta que no sea un respetuoso y frío silencio. Estamos ya bastante hartos de la generación mute, que prefiere juntar letras (escribir es otra cosa) antes que hablar a pesar de convertir en complejas algunas gestiones que se solucionarían en minuto y medio de conversación, para encima soportar la ristra de felicitaciones devaluadas, de carril y catálogo, de fiebre de la tarde del 24, de alboratamientos repentinos, etcétera.

Hay que meterse en el vagón del silencio de esta ceremonia del absurdo. O se llama por teléfono, o se escribe un texto personalizado o, cuando menos, se nombra al receptor. De lo contrario se muestra un escaso interés por agradar que no merece más que dejar el mensaje justo detrás del recibido el año anterior y dispuesto para que el siguiente sea... el del próximo año, Dios mediante. Los mensajes despersonalizados son como las serpentinas de Nochevieja, los matasuegras y los gorritos de papel. Devaluados como esos inicios de discursos en los que el orador da las gracias desde al presidente de la entidad de turno hasta al conserje de la sede, pasando por los miembros de la junta directiva y los ex mandatarios. Horror, son testimonios públicos de gratitud que consiguen el efecto contrario. Nada como llamar por teléfono de fijo a fijo y a las hora de hacerlo, nunca a las de comer ni pasadas las once de la noche.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »