La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La cochinada de los cubos de enfriar los tanques de cerveza
Cuando leí que el político multicolor Toni Cantó iba a dirigir la Oficina del español, lo entendí por el lado que no era. Pensé que se trataba de un comisionado de atención a los españoles, algo así como el Defensor del españolito, que diría Machado. De siempre me han divertido los nombres de entidades en las que el singular designa a un colectivo, como por ejemplo Atención al ciudadano u Observatorio de la mujer; no puedo evitar imaginarme que atienden u observan a una señora en concreto, o a un ciudadano específico. Creía yo que la Oficina del español iba por ahí, pero no. A Cantó lo han puesto a "impulsar las oportunidades económicas del español" porque, para el neoliberalismo apretao, lo primero que tiene que hacer cualquier cosa, hasta el habla, es ser rentable. Suerte que la lengua es una sofisticada e insumisa tecnología del pensamiento y la comunicación que nos es dada gratis.
Así las cosas, y dada la polvareda que ha levantado el chiringuito y sus primeras acciones -en el primer tuit Cantó no acertó a poner las comas en su sitio; a continuación, abrieron cuenta en Twitter con el nombre @SpanishOficce, en inglés mal escrito-, propongo que la Oficina del español se ubique en Sevilla y la llevemos desde aquí en condiciones. Y por concurso público. Español es lo que aquí hablamos en una variante eficaz, sofisticada, creativa e imaginista. Dicho sea sin caer en el populismo fonético (término invencible que debemos a Luis Sánchez-Moliní) y en advertencia a esos ignorantes que creen que lo que sale por nuestra boca es español mal hablado. Lo primero que haría nuestra Oficina del español es declarar oficial la lengua de la calle. A continuación, observar y dar a conocer las posibilidades y maravillas de la misma. Por ejemplo, fíjense en cómo aquí sustituimos ciertos adjetivos por sustantivos para insuflar fuerza expresiva: "Estoy bacalao", "eres canela", "está flama", "Tela…, telita". Qué decir de nuestro don para las metáforas (la capillita del Carmen es un mechero, el teatro de la Maestranza una Magefesa, y el puente del Cachorro es el de los leperos…, un no parar). Conservamos arcaísmos de la talla de manque, y el ustedes lo conjugamos como si fuera un nosotros, quitándole escarcha al usted, convirtiendo la expresión en un dulce: "¿Ustedes os vais a venir?". Preferimos el femenino en las tirantas, las calzonas, la botellona… Hay quien sostiene que el empleo de oraciones complejas y el gusto por el léxico exacto quizá se remonte al influjo en la calle del lenguaje de la administración del comercio colonial y del Archivo de Indias. Y propongo perseguir el desuso del plural por parte de algunos políticos en adjetivos acabados en ele y zeta ("Queremos ser leal", "Nos sentimos feliz"…), que nos dejan con las patas colgando… Oficina del español en Sevilla, ¡ya!
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