Si hay un ángel caído en la política española contemporánea, ése es Pablo Iglesias. Su emergencia y ascenso fueron fulgurantes: el apátrida vallecano llegó a hablar de sí mismo como inquilino de la Moncloa, en uno de esos alardes fatuos que a la postre lo han echado fuera del terreno de juego. Las estadísticas llegaron a vaticinar la victoria en las elecciones de la constelación política urdida alrededor del que se mostraba como el rey Sol de la izquierda de la calle, él mismo. Una estrella que a duras penas podía contener la vanidad y el egocentrismo, que le rezumaban por los poros como a los elefantes macho dominantes les chorrea la testosterona por las sienes. Una estrella fugaz. Su figura se hizo cenizas atacada por unos rendimientos decrecientes -permitan el símil económico- que fueron aceleradísimos. Oliéndose la tostada, él mismo decidió quitarse de en medio, salir del campo, a buscar otros mares de locura en la comunicación y la propaganda, su oficio natural; quién sabe si cuidando que no naufragara su vivir, como sucedió a la barca del bolero. Se trabajó un No Pasarán de plástico para salvar Madrid de la monstruosa Ayuso -bocazas orgullosa de serlo que concita a mucho populismo del otro lado-, a sabiendas de que aquello era un paripé. Era el maquillaje barato para poder dejar una vicepresidencia e irse a poner tuits y dar homilías catódicas. Un episodio vergonzoso. Y decepcionante. En el camino ha depredado a su partido, y no lo digo por mujeres temblorosas por dejarse coger.

Esta semana, Pablo ha lanzado otro mensaje de esos que te mueven a morderte el labio de abajo y menear un poquito la cabeza: por dios, este hombre. Con la estrategia de no dejar un tren pasar y condensar la realidad proponiendo un chute de pocas palabras -un tuit-, ha publicado unas reflexiones sobre El juego del calamar en una revista digital (de la cuerda que te mueres): "La serie ridiculiza la creencia neoliberal de que el éxito es el resultado del esfuerzo y el mérito" o "El juego del calamar o el capitalismo como inmundicia moral". Lo dice uno, Pablemos, que ha conseguido éxito con su valía y su mérito, y que juega a clase dominante en el sistema capitalista, que es este. He visto la serie lo que he podido, cuatro capítulos, y francamente, debía de estar acarajotado, porque esas metáforas alcanforadas de palabrería consabida van con calzador. De nuevo, esa izquierda española que espanta votos a medio plazo lanza el mensaje maternal: "dame tu voto, chaval, te daré mis pechos públicos; el mérito es una pamema, tu esfuerzo no vale de nada". Y eso es antológicamente mentira.

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