Enrique / García-Máiquez

Patriotismo regionalizado

DE POCO UN TODO

03 de octubre 2012 - 01:00

ANTE el fenómeno independentista, muchos exponen con tono profesoral que la hora de los estados ha terminado; y que estos neonacionalismos surgen de esa descomposición. Dejando aparte el inconsciente epigrama de considerarlos el subproducto de una descomposición, maticemos.

Es un hecho que el mundo actual impone una política de grandes potencias. Ni siquiera a una Europa firmemente unida se le puede garantizar un papel significativo. Si aspiramos a mantener un lugar prominente en el concierto internacional, hemos de avanzar en la integración, lo que implica pérdidas sustanciales de soberanía. De nuestro peso geopolítico dependen nuestro desarrollo y, sobre todo, la posibilidad de que Europa aporte al resto lo que sólo ella puede ofrecer.

Sin embargo, no veo por qué hay que aceptar que el Estado se desintegre por abajo, saltando en pedazos, víctima de una doble presión, centrípeta hacia la unidad europea, centrífuga para dentro, en gráfica paradoja. Esas contradicciones acabarían enmarañando el gobierno de Europa. Más sensato es que todas las instituciones den un paso acompasado hacia adelante, al unísono. Si parte de la soberanía de España se traslada a los órganos europeos, que se trasvase buena parte del sentimiento regionalista a los límites nacionales. Es decir, que España se vea como una nacionalidad histórica de la Europa que dolorosamente se está gestando. España, una región grande, importante, y una patria chica, querida. Es la escala que impone nuestro tiempo. De hecho, visto desde cualquier punto del planeta y se ponga como se ponga, un presidente de comunidad autónoma, hoy por hoy, es un alcalde con ínfulas. Y un alcalde, el presidente de una comunidad de vecinos, más o menos.

Los españoles encontraríamos así un cauce natural para sentir el proyecto europeo como propio, no veríamos estrecharse aquí nuestro ámbito de referencia, ni renunciaríamos al contenido cultural de un patriotismo integrador, ni perderíamos el tiempo en discusiones minúsculas. La vertebración de las naciones en el proyecto Europeo, a través de un sentimiento de pertenencia y ternura similar al que se tuvo al terruño, resultaría fiel tanto al poso de la historia como a las exigencias del futuro.

Ante la crisis de los conceptos decimonónicos y queriendo salvar lo positivo que hay en el patriotismo, han sido muchos los pensadores que han propuesto patriotismos de nuevo cuño, tales como el llamado constitucional o el débil o posmoderno. La opción más realista y lógica es un patriotismo regionalizado, que mire a España con veneración, sabiéndola parte esencial de una entidad mayor.

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