La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
En este preciso instante, alguien -usted, quizá, sin ir más lejos- abre el diario y lee estas palabras en la cafetería de un polígono industrial y comercial, o a las puertas de la oficinilla de la nave en la que trabaja. Muchos de nuestros pueblos grandes y vivos, y todas nuestras ciudades tienen uno o varios polígonos. Como esta tinta fresca, que se imprime en un polígono y se infiltra en la ciudad de madrugada, parte considerable de la actividad económica de nuestra tierra y, por tanto, una parte muy significativa del empleo y del PIB sale de estos lugares con cierto sabor a no-lugar. Si yo supiera coger un pincel y una paleta de pintor, tendría en nuestros polígonos industriales una fuente de inspiración: son el paisaje maltrecho de la llamada "crisis", y son a su vez el retrato de la dignidad de mucha gente que se gana la vida en ellos. Muchos gremios y casas de labor que antaño estaban intramuros hoy se albergan a la intemperie de las afueras. Hubo quienes, artesanos de lo suyo y conscientes de que nada volvería a ser igual, desistieron de desplazar el taller y, con él, las formas de trabajo y de amicitia, a un solar sin sombrajos.
El otro día me perdí a pie por un polígono. Buscaba el nuevo almacén del viejo negocio familiar. Crucé solares comidos de jaramagos, deduje dónde se oficiaba el culto a la botellona, confirmé que en lo rural también existe contracultura urbana -la despectivamente llamada poligonera, y cuya estética la industria que prefabrica rockstars ha puesto ahora de moda-. Entre el polvo que alzan los dumpers en la explanada, me pareció ver con su mandil a mi abuela, que en gloria esté, que cobraba los sacos de yeso con una mano mientras con la otra pasaba la escoba, y quien vea en ello síntomas de igualdad de género que lo piense dos veces. En la entrada, los viejos del lugar ríen y conversan a voces, el primo me recibe con el cariño intacto y comprendo que en esta tierra las relaciones humanas prevalecen incluso en arquitecturas hostiles a las mismas. No sé si pasa lo mismo en Detroit.
Pero a lo que iba: muchos son los polígonos de nuestros pueblos y ciudades con carencias en transportes, limpieza, alumbrado, acerado, seguridad y en una coordinación provechosa entre la inversión pública y la iniciativa privada. Recomiendo a los gobernantes nuevos o reelegidos que se calcen una gorra y echen a andar por los polígonos. Igual se les ocurre, más allá del turismo, iniciativas para el desarrollo en Andalucía.
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