La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Presentación, Virgen prudentísima

No eran quienes esto hicieron mejores que nosotros, pero sabían oír, ver y querer las sagradas imágenes mejor

Siempre igual a sí misma desde que los suyos definieron el universo que le es propio como si siguieran la sabia recomendación del adagio clásico festina lente (apresúrate despacio), la Virgen de la Presentación comparece hoy en besamanos inaugurando dulcemente el tierno, íntimo y doméstico tiempo del Adviento. Es la Virgen discreta a la que mejor le cuadran las alabanzas lauretanas "Madre amable" y "Virgen prudentísima". Y su hermandad supo interpretarlo dándole lo que su dulzura romántica, su discreción, su amabilidad y su prudencia pedían, y lo que su realeza exigía. ¡Que bien sabían hacer las cosas aquellos cofrades! No eran más cultos ni más inteligentes que nosotros. Sus tiempos no eran mejores que los nuestros. Pero sabían ver, sabían oír y sabían querer. Ver el carisma que hace única a una sagrada imagen. Oír lo que exige como propio, lo que no es adorno, sino interpretación de su esencia. Querer con la tierna confianza filial que se tiene hacia a una madre y el respeto debido a la Madre de Dios. Así, sabiendo ver, oír y querer la Hermandad del Calvario creó el universo severamente lujoso y sencillo en su riqueza que la dulzura, prudencia y amabilidad que la Virgen de la Presentación exigía.

Apresurándose despacio sus hijos del Calvario le dieron rico y severo palio y manto de Ojeda en 1916; recogidos, elegantes, personales candelabros de cola de Ferrer en 1930; singular corona de Valdés, la de los aventadores, en 1935; varales de Cayetano en 1958; y -únicas vestidoras sus camareras- una definición inmutable de su atuendo libre de modas o caprichos. Antes que a Ella, en 1909, los hermanos del Calvario habían dado a su crucificado, revolucionando la estética de los pasos de Cristo, el milagro que fundía la dura roca del monte que le da nombre -siempre desnuda, siempre sin flores- con el túmulo real -caoba, águilas, hachones- del rey que reina en la cruz. Lo obró Farfán sabiendo interpretar la ascética esencialidad de este Cristo que se abisma en su cruz hasta hacerse uno con ella.

No eran quienes esto hicieron mejores que nosotros, pero sabían ver las sagradas imágenes, oírlas y quererlas mejor. Por eso cuando el amor obrando en el tiempo, apresurándose despacio, logró tal perfección, nuestra única misión, hoy, es ser fieles a este legado. Ni quitar ni poner. Ni inventar ni enriquecer. Solo seguir la orden del poema más famoso y breve de Juan Ramón: "¡No le toques ya más…!".

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