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La lluvia en Sevilla

"¡Puta Sevilla!"

Que alguien nos prometa que no se va a permitir otro saco de Sevilla, perpetrado por hinchas sin romanizar

Qué larguita se me está haciendo la campaña electoral, y no llevamos ni seis horas! Lo digo porque, a quienes reflexionamos en voz alta, cualquier cosa que se nos ocurra decir ahora va a ser interpretado en clave de comicios, y saltarán como astillas frases lapidarias tipo "Ni quito ni pongo rey, pero…", "Quien no está conmigo…", y lugares comunes por el estilo. La realidad de quienes escribimos es significativamente más libre. Hay quien olvida que el cuarto poder se puede ejercer, precisamente por la vía de no querer ejercer poder alguno, sino dar que pensar. No se me ocurre mejor propósito de escritura. En cualquier caso, en estas fechas de lo que me dan ganas es de tirar del neocostumbrismo con el que a veces me acerco a ustedes, más como alguien que mira, y dibuja por escrito azoteas, mercados, las figuras del paisaje, los jardines. Sucede que, cuando miro a mi alrededor, veo cosas que me alumbran, y otras que violentan o a las que no les encuentro suficiente justificación.

No les aflijo con más cavilaciones, aquí va mi mensaje: que alguien nos prometa que no se va a permitir otro saco de Sevilla, perpetrado por hinchas sin romanizar, como el que acabamos de vivir con la final de la Copa del Rey o la de la UEFA Europa League del año pasado. "La Copa del Rey riega de millones Sevilla", dicen. La marabunta del pasado fin de semana dejó 50 millones de euros, supongo que a supermercados, hoteles y a ciertos bares. El dispositivo de seguridad contó con cerca de 1.800 efectivos; la ciudad, ante la visita campal, se blinda como si hubieran regresado los de Gunderico. Y tenemos para rato: el acuerdo del estadio de La Cartuja, cuyo propietario mayoritario es la Junta de Andalucía, es para celebrar finales hasta 2025. No sé hasta qué punto hemos de soportar la avalancha de hinchas radicalizados dispuestos a intimidar por donde pasan, a partirnos las calles o los jardines, o a mearse en las fachadas. El dinero no puede ser la justificación de algo así. No son así la mayoría de los que vienen, dirán. Son suficientes para no querer esto para mi ciudad, respondo.

Contemplo un vídeo: una multitud, compuesta por cientos y cientos de hinchas de camiseta blanca, pasan por una de nuestras calles gritando a tope: "¡Puta Sevilla, puta Sevilla!". Desfilan haciendo el saludo fascista y añaden un cántico: "Sevillanos, yonquis y gitanos". En otro vídeo, las sillas de los bares vuelan en una pelea de hinchas que arramblan con todo a su paso. Los negocios echan sus puertas como en las pelis de tiros. Me pregunto por qué tenemos que aguantar esto, ni qué provecho real hay en que vengan hordas delirantes que nos obligan a vallar monumentos o a confinarnos en casa. Así, no.

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