La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
A la hora en que unos miles de afines al PP se manifestaban ante la sede de Génova, Mariano Rajoy asistía en Sevilla a la ceremonia de ingreso de Francisco Trujillo como académico de la de Medicina. El ex presidente viene mucho a Sevilla, le encantan las vistas de la ciudad desde el rascacielos y las caminatas a la vera del río. Se le ve feliz en su registro mercantil, liberado de los efectos secundarios del veneno de la política, dispuesto a cumplir en su puesto de trabajo hasta una jubilación establecida en los 72 años y, sobre todo, hablando de su libro. Sí, hemos dicho que la política es un veneno porque de otra forma no se entiende que determinados profesionales le hayan dedicado tantísimos años a base de perder dinero y estar continuamente expuesto a insultos, presiones y traiciones.
Resultaba curioso ver a Rajoy en plena forma a la vera de la Giralda, en compañía de ilustres de la Medicina y de su inseparable Javier Arenas, hablando de cosas normales entre profesionales de prestigio, gente seria muy ajena a espionajes, guerras tuiteras y otras farfollas. Recordaba la cara de sufrimiento que tenía en el último congreso nacional, celebrado después de aquella primera ronda de las primarias y después de la moción de censura. Este hombre parece sencillamente rejuvenecido y absolutamente aliviado.
Renunció a ser miembro del Consejo de Estado, formar parte de consejos de administración y a otras prebendas, y se fue al despacho de su Registro Mercantil. Tenía donde volver, porque el joven Mariano hizo las oposiciones en su momento en un casa donde estaban instalados el hábito y la cultura de estudio. Sonaban a la hora del Ángelus los gritos en Génova: “¡Isabel, Isabel!”, mientras Rajoy oía el discurso de uno de los médicos verdaderamente más brillantes de Andalucía, cosa que nos consta que ya lo era desde mucho antes de operar a la duquesa de Alba, pero ya sabemos cómo es esta sociedad.
Los editoriales capitalinos pedían de nuevo la cabeza de Casado, aquel que brilló en su discurso frente a Soraya Sáenz de Santamaría en el plenario del hotel Marriot. El PP exhibe en Madrid que está hecho unos zorros. Y Rajoy, justo en esos momentos, tres años y medio después, disfrutó de un día soleado en Sevilla. Casi cuesta entender que el gallego dedicara tantos años y energías a la política. Y nos preguntamos si una figura como la suya, sin entrar en sus aciertos o errores, tendría hoy cabida en el Congreso de los Diputados. Quizás haya sido el último de los adultos. O no, que diría él mismo. Es evidente que dejar la política le ha sentado bien.
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