Antonio Zoido

Reflexión para el día de San Clemente

En la ceremonia catedralicia del Día de San Clemente todo es corto, mal hecho y viejo

05 de diciembre 2019 - 02:32

El 23 de noviembre, fiesta de San Clemente que acabamos de celebrar, seguirá siendo por siempre el aniversario de la entrada de Fernando III en Sevilla, tomada a los almohades en 1248. Probablemente desde entonces se celebra la ceremonia que, con variantes, continúa hoy. Un viajero de Silesia, Nicolás de Popielovo, la describía así en 1484: "Ese día se celebró una memoria anual... de la victoria obtenida sobre los infieles que ahora llaman bárbaros en algunas partes: con este motivo se hace una procesión solemne y estaciones a las cuales asisten los reyes si están en la ciudad presentes. Delante de sus majestades se lleva la espada que sirvió en la conquista de esta ciudad, y que es corta, mal hecha, sucia, negra y antigua".

El relato sencillo del entonces alemán y hoy polaco contrasta con la belleza del arma que se exhibe actualmente pero su sentido -la victoria sobre los infieles- parece seguir presidiendo el ceremonial aunque con perspectiva histórica veamos otras cosas. Por ejemplo, que, en 1248, el sedicente imperio almohade no tenía nada que decir y que fue el paso de todo el Valle del Guadalquivir a la corona de Castilla lo que permitió las traducciones por las que el saber de Averroes y una legión de científicos y pensadores pasó a las universidades de Europa; que las reglas arquitectónicas andalusíes se fundieran con otras para dar el mudéjar medieval, renacentista y barroco: que la moaxaja y el zéjel vivificaron la lírica castellana, catalana y galaico-portuguesa, que las artesanías suntuarias continuaron viviendo y evolucionando...

De todo ello se dio cuenta, en su larga estancia en la Granada nazarí y la Sevilla de Pedro I, un oriundo nacido en el exilio de Túnez, Abenjaldun, el primero que filosofó sobre la Civilización al escribir su obra momumental, los Prolegómenos pero nadie lo supo hasta hace un siglo porque, en el siglo XIV, el árabe había dejado de ser en Europa una lengua culta y no se tradujeron los pensamientos vertidos en ella.

En el día 23 de noviembre se podría conmemorar lo que sí se hizo (y lo hizo, en buena parte, Alfonso X a cuya sepultura de la Capilla Real nadie mira ese día): y, de paso, resaltar el papel que este Sur (sobre el que, siglos después, caerían lacras y estigmas cuyas consecuencias aun soporta) desempeñó un papel muy importante en el devenir intelectual y civilizatorio del mundo. Pero esta tierra (y no me refiero sólo a Sevilla sino a las Españas) aún no ha llegado a la lección donde se estudia a Kant y las banderas siguen pregonando la existencia de la propia tribu en vez de airear los valores que nuestra sociedad, dentro del devenir de Europa y de sus valores (en palabras de una conservadora, Angela Merkel) aportó a los demás.

En la ceremonia catedralicia del Día de San Clemente todo es corto, mal hecho y viejo. Todo es viejo menos la espada, a la que, porteriormente, alguien debió dar un cambiazo para, aunque siga siendo de metal, convertirla en un arma de cartón-piedra.

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