Cuando decida irse, puede hacerlo Evaristo Mejide con la cabeza bien alta. Congregar en la noche de su estreno en solitario al 21 % de la audiencia en el horario más competitivo, y en unos tiempos en los que la cuota de pantalla desciende y desciende sin tregua, tiene mucho mérito. Un logro al alcance de muy pocos.

Inventarse una propuesta televisiva, cuando todo está inventado, colocarla a las diez de la noche, y reunir frente al televisor a más de tres millones de españolitos en los tiempos del encendido digital, cuando tanto se cacarea que las ofertas de las temáticas sacan pecho frente a las de las generalistas, es lo más parecido a dar un puñetazo en la mesa. El de Risto Mejide ha sido sonoro. Aquí estoy yo.

No es fácil que esto ocurra. No va a ser usual, de aquí en adelante, que un formato nuevo, basado casi exclusivamente en el carisma de una persona, supere con amplitud el 20 % a la hora de la cena. El resto de cadenas habrán mirado los datos con envidia. Cuánto darían sus directivos por encontrar un producto así, de pegada tan fuerte, bueno, bonito y barato, como se decía antes.

Lo de bueno, bonito y barato habría que ponerlo entre comillas, quede claro. Ni siquiera me atrevo a analizar los contenidos del programa de marras. Para qué. Tiempo habrá. Lo relevante, ahora, es su despegue. El interés que ha despertado. Su capacidad de convocatoria. Demostrando el poderío de Tele 5 entre sus numerosos parroquianos, que no abandonan esa casa así les metan tres pausas, treinta anuncios, un par de tiendas en casa y cuatro autopromociones por hora. Qué país.

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