La Sevilla africana

Mucho se ha hablado y escrito de la Sevilla americana y muy poco de la africana, pese a las evidencias

27 de junio 2019 - 02:33

Empieza el calor, así se titula una de las mejores novelas negras de todos los tiempos. Negra por partida doble: el género literario en la que se inserta y la raza de su autor, Chester Himes, ex atracador reconvertido en escritor de culto. Empieza el calor... en este título hay una promesa y una amenaza, un extraño maridaje muy conocido por los sevillanos, más en estos días en los que los mass media nos han avisado con antelación de la llegada de una lengua de fuego procedente de África, el continente de donde históricamente, mucho antes del nacimiento del Islam, vienen las altas temperaturas y las invasiones de los pueblos oscuros. También los esclavos domésticos que pintaron los barrocos, las aves viajeras, el oro guineano, el hachís culero y, en la desaparecida España del Winston, la cacharrería electrónica, las chupas de cuero y los Levi Strauss.

En su novela, Chester Himes describe las andanzas de Ataúd Ed Johnson y Sepulturero Jones en un Harlem horneado y sulfuroso. No es difícil para un aborigen de la antigua Ispal identificarse con esos dos detectives que se mueven en una ciudad a punto de entrar en combustión, con el asfalto pegándose a las suelas de los zapatos y el aire caldeando las vías nasales. Sin embargo, pese a que nuestro ADN está impregnado de sudor, la ciudad no tiene su libro sobre el calor y el verano, a los que consideramos como simples invasores australes que poco o nada tienen que ver con nosotros. Mucho se ha hablado y escrito de la Sevilla americana y muy poco de la africana, pese a las evidencias: la gran arquitectura almohade, la Hermandad de los Negros, las referencias literarias de Cervantes, los centenares de documentos del Archivo de Protocolos que hacen referencia a este continente y a sus nativos... Es un rastro que se diluyó sigilosamente, tanto que un plumilla, apóstol de la modernidad, recordaba recientemente, en una reunión de café, la honda impresión que le causó a él, niño criado en la Osuna olivarera, la visión de su primer negro de carne y hueso por las calles de Sevilla.

Pese a los juramentos en arameo con los que el sevillano suele saludar la llegada del calor, siempre hay un indulto final e, incluso, la exhibición de un orgullo luciferino por las plusmarcas alcanzadas en los termómetros urbanos. Al fin y al cabo, los días de fuego tienen el envés de las noches populosas, con sus veladores sucios de cáscaras y servilletas y sus escotes versallescos.Ya sabemos que, además de africana y americana, Sevilla -aunque se pretende florentina- también es Dos Sicilias, mezzogiorno irredento, carne de ordinariez y elegancia.

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