Sevilla tiene los cines que se merece

El cierre definitivo del cine Cervantes es una prueba más de la práctica desaparición de los espacios para cinéfilos en la ciudad

Una imagen del recién cerrado cine Cervantes.
Una imagen del recién cerrado cine Cervantes. / Juan Carlos Muñoz

02 de noviembre 2022 - 01:40

Lo hemos leído en numerosas ocasiones y sólo podemos repetirlo: el paulatino abandono y ahora el cierre definitivo del vetusto, elegante y decadente cine Cervantes se lleva consigo toda una época de esplendor del cine, o mejor dicho, del hecho de ir al cine como acto social y colectivo en el centro de la ciudad que un día también fue su epicentro. La gran sala y antes teatro de la calle Amor de Dios estaba condenada al cierre mucho antes de que el lunes se confirmara el deceso, y poco cabe hacer ahora más que lamentarlo sin demasiadas lágrimas cuando, incluso en sus últimos años de vida remozada, repintada y acondicionada, hemos sido los propios sevillanos los que, con una excusa u otra, con o sin pandemia y crisis de por medio, le hemos dado la espalda.

Otra cosa son ya las catalogaciones urbanísticas y posibles usos del edificio o la intermediación para su rescate por parte de las autoridades locales, a las que por lo visto les renta más hoy dejarse ver con cara de circunstancias en una librería de moda ahogada por las deudas que en el vestíbulo de un viejo cine en plena crisis del sector (también cultural) que apenas sobrevivía ya programando óperas online en directo y títulos con Oscar en su devaluado ensueño de grandeza perdida de telón de terciopelo rojo y acomodador con linterna.

El cierre final del Cervantes, cuya larga historia de estrenos memorables ya ha sido muchas veces glosada, nos devuelve algunas realidades incómodas de las que no sólo la globalización, el imparable boom de las plataformas o los cambios de hábitos del respetable son responsables. Nos habla también de la desidia, la escasa inversión, la picaresca o la poca imaginación de unos empresarios de la exhibición que no han sabido adaptarse o subirse al carro de las novedades ni actualizar la programación o la diversidad de la oferta en sus establecimientos. Cuántas veces hemos soñado con un verdadero cine, y el Cervantes reunía todas las características para serlo, convertido en centro de encuentro y refugio confortable para la cinefilia local, un espacio, como los hay en toda Europa y en algunas grandes capitales españolas, donde el cine y su cultura aún tuvieran peso específico e intercambio, un lugar donde poder departir, ver o dejarse ver con un café, una copa, una revista o un libro entre película y película, en un coloquio o en una presentación.

Y dentro de esta reflexión, una más que hemos enunciado en otras ocasiones: ¿dónde está hoy el público cinéfilo de esta ciudad, ese que de verdad se interesa con regularidad por lo nuevo, lo diferente y sus tendencias más allá de la oferta de la cartelera comercial o de la intensa y agotadora semana y media del festival europeo que ahora comienza? Desde luego no entre los más jóvenes, hace ya mucho tiempo desterrados a las multisalas del extrarradio o los centros comerciales y abonados a la seducción transmedia de los blockbusters y las interminables franquicias del cine de superhéroes. Tampoco entre los estudiantes de comunicación audiovisual con o sin bono cultural del Ministro Iceta, para los que la historia o el propio presente del cine han quedado ya como aficiones nostálgicas de sus padres boomers o como materia residual y fosilizada en los planes de estudio de la universidad.

Ahora que la reciente visita a Sevilla del colombiano Héctor Abad Faciolince para presentar su nueva novela (Salvo mi corazón, todo está bien) nos ha recordado a través de su protagonista la figura de los viejos críticos y cineclubistas como el desaparecido padre jesuita Manuel Alcalá, impulsor casi hasta su último aliento del mítico Cineclub Vida, es momento también de preguntarse por la paulatina extinción de aquellos foros (Arquitectura, Medicina, Ingenieros o UGT, el último superviviente en los confines de Blas Infante) que un día sirvieron de doble plataforma para la concentración y la formación cinéfilo- cultural y también para el debate estético o político, cuando aún se podía debatir y no esconderse en las trincheras. Apenas el Cicus, en colaboración con la lejana, pobre, errática y desasistida Filmoteca de Andalucía con sede en Córdoba, mantiene una programación anual esporádica digna de ser llamada cinéfila, pero tampoco nos atrevemos a preguntar por las cifras de asistencia por si acaso.

Al Cervantes entre todos lo matamos y él solito se murió. Descanse en paz, pero antes, visite su selecto ambigú.

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