Sevilla en patinete

Tipos tradicionales de nuestro paisaje urbano ya surfean por el asfalto, lo que resulta una visión fascinante

20 de septiembre 2019 - 02:32

El Museo de Artes y Costumbres de Sevilla dedicará de aquí a pocos años -de seguir así la cosa- una vitrina al patinete eléctrico. Llama la atención que, en una ciudad como la nuestra, conocida por preservar sus usanzas y no sustituirlas fácilmente por cualquiera otras, el patinete eléctrico se haya implantado y plantado a lo grande. El desconcierto ante la novedad en las calles se cuela por las ventanas del Consistorio. Mientras escribo este artículo, el pleno del Ayuntamiento está discutiendo la modificación de la ordenanza de circulación para ver cómo enjaretan el uso del cacharrito. A los de Vox -que de primeras resultan más de jaca bravía que de monopatín- y Ciudadanos la norma que está sobre la mesa no les convence. Demasiado restrictiva, apunta Cs. Que los que no tienen sillín se equiparen a las bicis y vayan por su carril, despacito y cortitos de vatios, no por las aceras como muchos suelen, que nos pasan ligeros tan callando por la diestra y la siniestra. Y que los de sillín se equiparen a las motillos, y vayan pues por la calzada con todos sus perejiles, incluido el casco y supongo que también los papeles. Eso es lo que plantea el gobierno local. A usuarios y empresas del sector no les convence ni este plan ni el de la DGT, y el domingo se manifestarán, patinetes en ristre.

La irrupción a saco del patinete eléctrico en nuestras calles es un fenómeno poliédrico. Como las bicis, resta congestión de tráfico y contaminación: bueno. En 2018, el patinete estuvo implicado en 273 accidentes, y es lógico suponer que la cifra haya aumentado: malo. Como el resto de vehículos a motor, nos convierte en inmóviles semovientes: regulero (para los trayectos cortos que cubren, siempre preferiré el pedal o las sandalias). Se harta una de tropezarse con estos vehículos aparcados en las aceras, con lo que el fragmento de vía reservado a las flaneuse y a los peatones está ahora invadido. Es radicalmente necesario tiempo, regulación y mucha educación para aprender a convivir con los patinetes.

Lo que realmente me fascina de este boom en Sevilla es su penetración social. Me calculaba yo que esto iba a ser usado mayormente por hipsters, nipones y modernas, pero qué va. El uso se ha extendido y permeado a otros sectores de la sociedad. (Los vendedores y alquiladores del vehículo han hecho aquí un buen negocio). Algunas figuras habituales de nuestro paisaje urbano ya surfean en el asfalto, lo que no deja de ser una visión fascinante. A su paso por la capillita del Carmen, ayer tarde pasó persignándose un elegante señor de chaqueta y patinete. Un conocido suyo, al verlo por el puente, le hizo sin capa un lance de verónica. Lo dicho: patinetes al Museo del Artes y Costumbres Populares, ¡ya!

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