La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Sevilla o la perversión de lo positivo

En Sevilla las ideas positivas -peatonalización, accesibilidad- se pervierten por su pésima realización

En ninguna ciudad como en Sevilla se hace cierto el refrán "pleitos tengas y los ganes", se tiene la diabólica habilidad de sacar mal del bien, las conquistas se convierten en derrotas y las ideas positivas en realidades negativas. Véase el caso de "peatonalizar". Suele asociarse a silencio, calma, paseo, descontaminación, arbolado, sosiego, disfrute de un espacio tanto para los vecinos como para los paseantes. Véase también el caso de "accesibilidad". Alude a las condiciones que deben cumplir los espacios públicos y edificios para que sean practicables por todos los ciudadanos, incluidas las personas con discapacidad. En Sevilla, en cambio, la asociación y puesta en práctica de estas dos ideas positivas, cuya bondad ninguna persona sensata puede negar, suele dar resultados nefastos.

Peatonalizar suele traducirse, especialmente en el casco histórico y cuando va unida a la explotación salvaje del turismo, en aislar, asediar, ahogar, asfixiar, desesperar y al final echar a comerciantes y vecinos. Además de, por razones difícilmente explicables, en tala de árboles y erradicación de jardincillos. Hacer accesible suele traducirse en estos entornos, ya degradados por la sobreexplotación turística, en destrozo del patrimonio, sustitución de los pavimentos tradicionales por materiales inapropiados además de frágiles y sucios, eliminación radical de las aceras y los relieves que convierten plazas y calles en ásperos y lisos desiertos grises. La unión de las dos ideas en principio positivas, pervertidas por sus pésimas ejecuciones, da como resultado las plazas de San Lorenzo, Virgen de los Reyes o Curtidores; la Alameda, la Avenida o la Encarnación; el barrio de San Bartolomé; las calles Baños, Carlos Cañal o Mateos Gago (esta, dicen, amenazada por una peatonalización radical).

Fisonomías asentadas desde hace más de un siglo se destrozan. Las tiendas de proximidad se convierten en bares y negocios para turistas, y las casas en hoteles o apartamentos turísticos. El aire libre de humos de coches se carga de olores a fritangas. Los espacios ganados para los peatones se llenan de veladores. El silencio logrado tras la desaparición del tráfico se llena del griterío de quienes se apelotonan en las puertas de los bares, llenan los veladores o masifican las calles. Y los vecinos, privados hasta de los servicios más esenciales de transporte y suministros, acaban huyendo.

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