Sevilla en tarde de Feria

"Aquí se puede ser feliz" escribió Zweig de Sevilla. Aún hoy, tan devastada su belleza, sigue siendo cierto

04 de mayo 2017 - 02:31

En su abandono de estas tardes de Feria reconocemos la ciudad que amamos hoy porque la amamos ayer, cuando era digna de ser amada, única, hermosa. En estas tardes dulcemente cálidas de transparente claridad y luces limpias que intensifican los colores y precisan los perfiles nos parece contemplar la Sevilla del buen recuerdo como si contempláramos una ciudad sumergida a través de aguas quietas y puras. Basta salirse de las calles más saturadas de turistas para encontrarnos en una soledad callada, verde oscuro de viejos naranjos, cipreses y palmeras balanceándose levemente tras los muros blancos de palacios y conventos, balcones con geranios mecidos por la brisa, fresco olor a cera, humedad y anea escapándose por las rendijas de las puertas cerradas de las antiguas iglesias, pespunte de aceras estrechísimas -allí donde las han dejado- en calles adoquinadas, retablos de azulejos que dan ese aire de callejón de convento o claustro que tantas calles y plazas de Sevilla aún tienen, ecos de programas de televisión o de radio saliendo por las ventanas entreabiertas de habitaciones en penumbra. Hasta que las sombras se alarguen y el largo piar de los vencejos que asedian las torres y las espadañas se mezclen con los toques de las misa de ocho y la tarde se vaya muriendo despacio, tan dulcemente como si se durmiera.

En estas tardes quietas de Feria en las que nos encontramos con la Sevilla que amamos como si se reconstruyera ante nuestros ojos a partir de los fragmentos que de su pasada belleza han sobrevivido es fácil comprender que, como la protagonista de La mujer y el pelele -la novela sevillana de Pierre Louÿs que mejor describe la relación pasional con la ciudad-, sedujera y esclavizara a tantos sin entregarse jamás a nadie, que indujera a cometer tantos errores de amor o que Stephan Zweig escribiera cuando la visitó: "Uno no es capaz de reprocharle su vanidad... Aquí se puede ser feliz".

Aún hoy, tan devastada su frágil hermosura, siguen siendo ciertas estas palabras. Esta luz, esta cálida tibieza, estas calles que parecen reconocernos, esta alegría niña de la cal y esta estoica vejez del verde oscuro de las hojas rugosas de los dignos naranjos de troncos artríticos, símbolos del principio y el fin de nuestras vidas tal y como querríamos vivirlas aquí, en sevillano, hacen real, presente, posible, esa promesa cierta de felicidad llamada Sevilla.

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