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Sicilia, 1922

'Las chicas de oro' nos viene a decir que la vida no se agota con la edad, que cumplir años no implica ningún retroceso

Confieso que me puse el primer episodio con recelo, temeroso de que, como tantas otras veces ha ocurrido, la realidad no estuviese a la altura de la leyenda. ¿Y si esa melaza viscosa de la nostalgia había endulzado el recuerdo de aquellos capítulos? La memoria, ya se sabe, produce a menudo estos equívocos: uno vuelve a un material que disfrutó en la infancia y revive aquella aventura que creía vibrante con cierta sensación de tedio. Me pasó hace no mucho con Chitty Chitty Bang Bang: me la puse esperanzado con volver a ser niño y aquel coche, en mi ánimo, no levantó el vuelo. Nada como una serie o una película que nos entusiasmó en el pasado, también sucede con los libros, para comprender que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Condicionado por el programa ¿Quién se ríe ahora?, que revisaba estas Navidades en TVE la munición homófoba y machista con que se cargaban los guiones, me aterraba regresar a Las chicas de oro y descubrir que el conservadurismo del momento en el que se hizo -los 80, con Reagan en el poder- había calado en sus chistes, y la mordacidad de entonces se veía ahora, a la luz del presente, como algo apolillado y rancio.

Pero no. El primer episodio -por si no lo saben, la plataforma Disney+ ha recuperado la serie al completo, casi como un homenaje a la recientemente fallecida Betty White- me tranquilizó. La propuesta se disfruta sin rastro de vergüenza, con emoción y asombro. Cuánto partido le sacan los guionistas a sus arquetipos -Blanche, la belleza sureña; Rose, la cándida; Dorothy, la responsable y la fuerte; Sophia, la madre italiana cascarrabias-, con cuánto cariño están trazados, y qué brillantez en las réplicas, con qué gracia está interpretada. Perdón, me retracto, un poco sí que somos los de entonces. Y qué bien ha aguantado el paso del tiempo esta historia de tres mujeres de mediana edad, y una madura, viudas o divorciadas, dispuestas aún a sus amoríos -y al sexo- y a seguir aprovechando cuanto la vida les ofrezca. Parece mentira que la ficción audiovisual aún desconfíe del potencial de producciones centradas en personajes femeninos con este precedente maravilloso.

A menudo, mis amigos y yo hemos bromeado -o tanteado el tema como una alternativa al problema de la vivienda- con lo de convivir juntos en un futuro y guardar una tarta de queso en la nevera para las noches de insomnio. Las chicas de oro nos viene a decir, con su humor punzante y su ternura, que la vida no se agota con la edad, que cumplir años no implica, como creíamos, ningún retroceso. Yo sólo les digo que no cuenten demasiado conmigo en estos meses... que me quedan 173 capítulos por ver.

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