Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
REPRESIÓN, muerte y tortura. Locura en estado puro. Un tirano y una minoría radicalizada que se aferra al poder masacrando a su propio pueblo. Altos mandos del Ejército cómplices de la orgía de sangre. Es la lucha descarnada por el poder. El despotismo homicida embriagado de falacias, imposturas, falsas promesas y mentiras. Durante cuatro décadas el clan Al Assad ha dominado con puño de hierro y brutalidad sin medida a su pueblo. Un pueblo fracturado, etnizado y hoy roto en dos frentes antagónicos, el que apoya al tirano y el que quiere invertir el paso de su propia historia. Suníes frente a chiíes alauitas. Contradicciones étnicas y diversidades culturales dentro de un ensamblaje islámico que maquilla un estado de falsa democracia y amoralidad infinita. Nacionalismo y laicismo frente a integrismo, pero en el fondo más de lo mismo, otra dictadura, sin alma, arrogante, represiva.
¿Cuántos muertos más hacen falta para parar esta deriva feroz y megalómana de un dictador que embelesó a Occidente y jugó a ser imprescindible en el tablero diplomático de Oriente Medio? Hoy no es un interlocutor válido, una pieza en un endiablado ajedrez más preocupado en preservar el status quo belicoso de Oriente Medio que en la paz. Bachar al Assad no tiene legitimidad alguna. Detenta el poder apoyado en una fiel casta militar temerosa de perder su predominio y fuerza. Cuatro décadas de represión hermética, de silencios impuestos, de cárcel y asesinato, de destruir incluso Líbano y ser ahora un aliado fiel e interesado del teocrático Irán.
No hay salida en el callejón sirio. No la hay. La diplomacia de los candelabros ha hecho el resto, dejando a su suerte a la ciudadanía que exige sus derechos y es masacrada por tanques y francotiradores. Lecciones libias de la arrogancia e impotencia de Europa y Estados Unidos. Lecciones de la hipocresía del resto del mundo árabe, dictaduras y monarquías feudales que sumen en un vasallaje sin derechos a sus súbditos, que no ciudadanos, y que ahora censuran y se apartan del régimen sirio, pero que al mismo tiempo reprimen a su pueblo o apoyan a otros dictadores como en Bahrein o en Yemen.
La represión brutal sigue su curso, también la inacción de las cancillerías occidentales. Dejan hacer. Siempre en Oriente Medio se ha dejado hacer. La paz no es un negocio. Hemos llegado demasiado tarde, consentido y apostado demasiadas veces que la situación del mundo árabe no podía cambiar y cuando lo han intentado les hemos dado la espalda. Ni Túnez ni Egipto avanzan por el momento hacia una democracia. Tahrir está demasiado lejos para ser un símbolo, pese a los centenares de muertos. El precio que tienen que pagar los pueblos árabes para desprenderse de una casta política tirana, represiva, abusiva y déspota es un precio que sólo ellos pueden pagar y deben pagar. El precio de la colonización y la falsa descolonización. No pueden contar con nadie más. No creemos si quiera en su suerte. En Siria han sido asesinadas casi dos mil personas. Quienes hasta hace apenas unos días apuntalaban al tirano sirio ahora buscan un distanciamiento mezquino y oportunista pero nada hacen para mejorar la suerte del pueblo sirio. Es la hipocresía de la mezquindad, del cálculo frío y la arrogancia de quienes patrimonializan y personalizan el poder de un modo despótico y cruel. Una dictadura familiar y militar como Estado. Un régimen opresivo y represivo. Un tirano genocida que aparentó en la superficie otra cosa y ahora muestra su lado más visceral, inhumano y cruel. Algunos incluso lo exculpan al decir que es rehén de los suyos, los que no quieren perder el poder. Falacias y mentiras. Es la herencia sanguinaria de un clan que lleva cuatro décadas reprimiendo y asesinando. Cuatro décadas auspiciado en una mentira entre nacionalismo, laicismo, democracia e islamismo chií frente a la mayoría suní del mundo árabe.
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