Sociedad de pendulazos

27 de octubre 2018 - 02:34

El borrador del reglamento de la Empresa Municipal de Transportes de Valencia contempla la prohibición de fumar en sus paradas, así como la reproducción de música por usuarios sin auriculares. Toda una declaración contra la mala educación a cargo de Compromís, que no es precisamente el partido de referencia para la aristocracia levantina. El Defensor del Pueblo de Amsterdam, Arre Zuurmond, considera un éxito la prohibición del turismo de despedidas de soltero, el control del aforo de las calles y la imposición de multas de 95 euros por consumo de alcohol en público y de 140 euros por orinar en la calle, gritar, causar desorden o ensuciar la vía pública. Toda una reacción contra los vándalos en una ciudad que no está vigilada por la Guardia Suiza ni tiene vitola de contar con ciudadanos de mentalidad reaccionaria. Los telediarios nos han contado esta semana que empleados municipales de la capital holandesa regularán la entrada a los distritos más populares, aplicando un código cromático para evitar la masificación o la entrada de "grupos de turistas menos recomendables". ¡Cáspita! Esto significa que los vigilantes se guiarán por el aspecto estético. Esto aquí se llama juzgar a alguien por la pinta. Y no nos referimos a la cerveza. En Sevilla ha retornado la botellona, pese a que existe una ley de la Junta para combatirla. Y somos incapaces de prohibir el uso de las sillas plegables en grandes concentraciones de público, como la Semana Santa. Los policías locales no pueden ir más allá de sugerir a alguien que se levante. El Ayuntamiento estudia ahora recuperar las verjas de protección para las columnas de la Alameda de Hércules con la finalidad de evitar los actos vandálicos. Y estamos a la espera de un plan para frenar la tendencia de la ciudad como destino de despedidas de soltero. No recuperamos el ejercicio de la autoridad hasta que tenemos el agua al cuello, hasta que el trueno nos hace mirar a la hornacina de Santa Bárbara. No se nos puede decir nada, no se nos puede prohibir nada. Es preferible colocar rejas antes que reprimir comportamientos cerriles. Callamos cuando gritan, miramos para otro lado cuando orinan en la calle, aguantamos en silencio cuando el tío de la sillita impide el paso a decenas de personas. Es mejor no decir nada, no provocar a esta sociedad gamberra y crispada que tiene el peligro de un toro manso. En Amsterdam ya prohíben. En Valencia comienzan a recuperar medidas propias de eso que en la España en sepia se llamaba la urbanidad, cuando gobernaba un tal Franco que Pedro Sánchez ha resucitado de entre los muertos. Estamos condenados a vivir en los extremos. Toda la vida pegando pendulazos. Los telediarios vuelven a parecer el NODO al hablar sobre los buenos modales. Incluso informan ya de la ultraderecha.

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