DENTRO de ese círculo nefando por el que en el Bernabéu se meten con Messi y en el Camp Nou con Cristiano o en Nervión con el Betis y en Heliópolis con el Sevilla, el grito que se ha erigido en común denominador en nuestras tardes de fútbol es el de "Tebas, vete ya". El inefable preboste de la Liga de Fútbol Profesional quizás por eso ha entablado una cruzada antieslóganes insultantes en todos los estadios de ésta nuestra piel de toro.

Y está consiguiendo el mandarín oscense unos resultados que tienen mucho de efecto boomerang. Con esos espías que Tebas mete en cada estadio a fin de que ejerzan de chivatos a sueldo para saber qué se coreó, cómo se coreó y a quién se insultó, resulta que lo que antes no salía de los límites de cada estadio, ahora ya sabemos qué se dijo en Riazor, qué en San Mamés o qué en La Romareda. Gracias a las decisiones tomadas cada jornada se convierte en una aldea global del insulto.

Y digo yo que si el fin perseguido se alcanza y los estadios se convierten en sinónimos del Scala o del Albert Hall, bienvenido sea. Otra cosa es que al fútbol haya que ir con esmoquin y corbata de lazo, que tampoco debe ayudar demasiado dicha impedimenta para el apoyo. Nunca creí que la salsa del fútbol tuviera entre sus ingredientes el insulto a coro, algo que mayormente iba dirigido al árbitro y a la estrella del rival, por lo que si es evitable, mejor que mejor, pero...

Desde el asesinato de aquel Jimmy que en gloria esté, la sensibilidad se acentuó, pero las cosas siguen prácticamente igual. Continúan los incidentes que provocan los indeseables y en lo único que se han puesto de acuerdo los vociferantes es en lo de mandar a Tebas a su casa. Dicen que el Madrid, ese ejemplo para todos y para todo, localizó a diecisiete y los echó del Bernabéu, pero lo que prima es que ya todos sepamos qué se corea en Cornellà o en Balaídos. Sólo eso.