El pasado octubre, el más seco del siglo XX, el más caluroso desde que hay registros, tras cinco meses de calor, se rompió la larga historia de amor entre muchos sevillanos y el calor, cuya declaración más arrebatada es el tan conocido "Señor, la que me estoy perdiendo" que le respondió Pedro Rodríguez de la Borbolla a Alfonso XIII cuando este, estando ambos veraneando en San Sebastián, le dijo: "¿sabes que hoy ha hecho cuarenta y tres grados en Sevilla?". El pasado octubre supuso el fin de esta historia de amor. No hay pasión que resista seis meses de calores con un fin de fiesta pegajoso en octubre que se desbordó hasta los Santos y los Difuntos.

Pero ahora, en estos días fríos -hermosos y transparentes, sí, pero helados- la imaginación se dispara, el ánimo se ablanda, el recuerdo idealiza y nos arrepentimos de aquella ruptura buscando evidencias que los diccionarios y la historia refrendan. ¿Acaso no son positivos todos los sinónimos de calor -ardor, fervor, viveza, entusiasmo, calidez, pasión, energía, animación- y negativos los de frío: frigidez, impasible, insensible, apático, indiferente, abúlico, distante, apático? ¿Acaso no dice la RAE que las acepciones de frío referidas a una persona describen a quien muestra indiferencia o falta de interés por alguien o algo y es calculador, mientras que a calor se corresponde el favor, la buena acogida, la vehemencia y el cariño?

Pregúntense si prefieren el ardor de la pasión o la frigidez, ser acogidos con un aplauso caluroso o con frialdad, tener un carácter vivaz o apático, afrontar la vida con entusiasmo o con indiferencia, ser mirado o besado con calidez o con frialdad. El sudor producido por el calor es molesto, pero el sudor frío es mucho peor. Las malas noticias dejan helado y ave fría no es lo mejor que puedan llamarle a uno. La vida es tibieza y la muerte, frialdad.

Pregúntense también por qué todas las grandes civilizaciones -Sumer, Acad, Babilonia, Persia, Asiria, Egipto, Reinos de Judá y de Israel, Grecia, Roma- nacieron en los cálidos entornos del Mediterráneo mientras el frío norte de Europa era bárbaro. "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento" y "no apaguéis el sol, que quita la tristeza a los pobres" escribió Camus. "Estos días azules y este sol de la infancia" se encontró escrito en un papel arrugado en un bolsillo de Machado cuando murió en Colliure. Por algo será.