La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El 'inquifatuo' de la Moncloa
Ala hora de predecir las posibilidades de que ocurra un terremoto, ¿darían ustedes más credibilidad a los informes de sismólogos y geógrafos o, por el contrario, estarían más atentos al cambio de comportamiento de los moradores del zoológico más cercano? Aunque pueda parecer una insensatez, en China y otros países del Extremo Oriente con una amplia y desgraciada historia de terremotos y maremotos lo tienen muy claro. Para ellos, con independencia de lo que puedan aportar en materia de predicciones los últimos avances de la tecnología, es prioritaria la observación de la conducta de determinados animales. Según se cree, y es algo que parece a estas alturas definitivamente demostrado, poco antes de que sobrevenga un terremoto, tienen lugar determinadas alteraciones bioelectromagnéticas que, pudiendo pasar desapercibidas a los sensores de campos más sofisticados, son captadas por los animales. Así, el aire se ioniza sobremanera ya que se ocasionan enormes liberaciones de electricidad; las ondas sonoras cambian en sus ciclos por segundo (ballenas, delfines o ratones pueden emitir o recibir ultrasonidos por encima de los 100.000 cps); se liberan gases subterráneos que solamente son percibidos por determinados mamíferos; y se perturba la intensidad del magnetismo terrestre, lo que provoca la desorientación de las palomas mensajeras. A la vista de todo ello no debe extrañar, por tanto, que los campesinos de la provincia china de Haicheng anticiparan sus temores meses antes de que se produjera el terremoto de 1975: observaron que las ratas corrían sin dirección a la luz del día, que los caballos se detenían y no obedecían, que los gansos se subían a las copas de los árboles o que lo perros no cesaban de ladrar y aullar lastimeramente. Para ellos, sin necesidad de recabar información sofisticada del Departamento de Sismología, la cuestión era meridianamente clara: se aproximaba un terremoto.
Al leer hace poco estas curiosidades no he podido dejar de pensar en el debate que, sobre todo en la prensa anglosajona, se está alimentando acerca del papel de academias y expertos económicos en la predicción de la reciente crisis. No son pocos quienes se preguntan si a la vista del ingente número de eso que los ingleses denominan como Think Tanks, o del número de reuniones que prestigiosos economistas realizan a lo largo del año aquí y allá, o de la cantidad de papel escrito a diario sobre asuntos financieros por analistas y técnicos, si a la vista de todo ello, decimos, no hubiera sido factible prever de alguna manera este terremoto. Parece que no. Todavía en verano del año pasado en una sucursal bancaria de mi (disminuida) confianza recomendaban la inversión en acciones ya que el suelo de la bolsa, decían, estaba cerca (una verdad a medias: seguimos cayendo). Y difícilmente puedo seguir los consejos en materia de inversión de alguien que año tras año escribe en las páginas salmón de algún periódico. La misma fundación, en fin, que hace pocos meses vaticinaba un aumento del PIB del 1% para el 2009, va por la tercera corrección. Así las cosas, comienza a merecerme más credibilidad para presentir tendencias económicas la observación del número creciente o decreciente de niños que se arraciman alrededor de un quiosco de chucherías, la opinión del tendero de la esquina sobre la venta de jamón o sopinstant, o, ésta es definitiva, la amabilidad o hostilidad con que soy recibido en comercios y bares.
Por último, una recomendación: échenle una ojeada al libro El cisne negro (El impacto de lo altamente improbable), y cómo, en definitiva, no vemos sino sólo aquello que nos interesa ver. Casandra nunca gozó de buena reputación.
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