La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Toros, sangre y familia

Quieren ocultar mucha de la riqueza de la fiesta como el que desnuda a un santo pegándole un tirón a la ropa

Aunque los tiempos se vuelvan, que se han vuelto muy en contra, la Hermandad de la Macarena ha hecho con la fiesta de los toros como manda el cante de Los Romeros de la Puebla con letra de Aurelio Verde sobre la devoción a la Virgen del Rocío: no volverse atrás, no darle la espalda a la Fiesta, no renunciar ni renegar de su larga vinculación con el mundo del Toro, esmeraldas de Joselito, trajes de luces donados, sayas con motivos taurinos y festivales organizados desde el siglo XIX. Ser taurino es hoy una actividad de riesgo. Ser torero hoy es una profesión con mala prensa. Los futbolistas han sustituido a los toreros como ídolos de la sociedad. Pero la hermandad, sin pretenderlo, se ha convertido en el rompeolas de lo políticamente correcto. Hay entidades que renuncian a los beneficios económicos de un festejo taurino al considerar que se trata de una ayuda que procede del maltrato a un animal. En esta sociedad biempensante no cabe el concepto de bravura como instinto de un animal de morir luchando. Malos tiempos para defender lo obvio. Los toros, como el latín, mejor arrinconados. Que se vean poco, que salgan lo justo. Todo lo que no tenga una utilidad inmediata no sirve en los tiempos actuales. El festival de la Macarena relanza la fiesta, llega en el momento justo, proyecta precisamente la dimensión de un rito que se pretende reducir, mostrar exclusivamente en su crueldad atávica, descontextualizar de forma interesada para que sólo trascienda la sangre. En el festival macareno se anunció Pepe Luis Vázquez Silva, el hijo del Sócrates de San Bernardo, que en 1981 recibió la alternativa de su tío Manuel Vázquez. Y en el mismo festejo de este 12 de octubre se presentó en Sevilla el novillero Manuel Vázquez, sobrino de Vázquez Silva. La Macarena ha logrado preciosas coincidencias cuando más necesitada está la fiesta de recuperar su fuerza social, de exhibir las muchas facetas que se conjugan en torno a un espectáculo taurino. Quieren ocultar todas las caras de la fiesta para desnudarla a lo bestia, como el que despoja a un santo de un tirón de la vestidura. Quieren que se olvide que los toros han sido fuente de inspiración para la poesía, la pintura, la literatura, la escultura, el periodismo, la artesanía, la arquitectura... Tienen también capacidad para mantener sagas unidas, reunir políticos de ideologías opuestas y, por supuesto, generar economías en diversos campos. Todo se lo podrán quitar, negar y arrebatar a los toros. Siempre quedará el burladero final de la Esperanza, la Virgen de las manos bajas, bajas como en su besamanos de diciembre, bajas como las manos capaces de dibujar el vuelo de una verónica. La Esperanza siempre está aunque los tiempos se vuelvan.

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