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Magdalena Trillo

Se acabó la era de las políticas florero

Uno de los grandes avances en igualdad tal vez sea reconocer que el género en sí mismo es un factor que ni suma ni resta Con o sin cuotas, los partidos han sido claves para derribar el techo de cristal

LOS primeros de la lista o los últimos. Viejos o nuevos. Juntos o revueltos. Mujeres. Los criterios para sentar a los políticos a debatir son tan diversos y plurales, tan discriminatorios o arbitrarios, como lo es nuestra sociedad. Periodistas y políticos, con el trasfondo de la comunicación y el poder, no somos más que un espejo sofisticado -y mediatizado- de una acalorada charla playera o de una apresurada conversación en autobús. De cualquier tertulia de bar donde la biología confluye con la ideología uniendo o separando tanto como las afinidades, los intereses comunes, las filias, las fobias y hasta el azar.

El primer debate televisivo de la campaña del 26-J ha sido en femenino. El objetivo de Antena 3 era remarcar el creciente papel de la mujer en la vida pública española y su progresivo ascenso en la representatividad y toma de decisiones. Por la tiranía de la moda, seguro que la actividad en los camerinos de peluquería y maquillaje multiplicó por cuatro la que se registrará el próximo lunes en la velada que antecederá al gran debate entre los cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno. Por una cuestión de estricta relevancia, y por mucho que informativamente compita el partido entre España y la República Checa de la Eurocopa de Francia, será uno de los momentos más mediáticos de toda la campaña, con máxima rentabilidad para las tres cadenas que lo emitirán en prime time (RTVE, Atresmedia y Mediaset) y de mayor impacto ciudadano.

"Las mujeres primero". Bien. Pero no hay más recorrido. Un arranque como otro cualquiera. Una rutinaria decisión de cobertura informativa. Se ha diseccionado su vestimenta y sus poses, sus tonos y sus gestos, con el mismo bisturí que se aplicará a sus jefes y a sus compañeros de listas. Con o sin tacones. Con o sin corbata. Suelta o apretada. Más benévolo incluso si tenemos en cuenta la generalizada corrección con que se desarrolló toda la puesta en escena, la teatralización que para todo personaje público supone -siempre- enfrentarse a una cámara.

Con el voto en el aire de más de un 30% de españoles, es evidente que será una campaña decisiva pero sólo en la medida en que se desmarque de la normalidad, del discurso aprendido y del pesado ideario de las formaciones políticas. Inevitablemente para los aparatos, lo serán los errores que cometan los candidatos -poco importa lo perdidos que estén en las listas si acaban atrayendo el foco en medios y redes- y lo serán las nada improvisadas provocaciones que consigan colar los estrategas de los partidos en la agenda pública. La prueba es la tensión, los ataques, las trincheras y la bronca que terminaron apropiándose del debate entre Andrea Levy (PP), Margarita Robles (PSOE), Carolina Bescansa (Podemos) e Inés Arrimadas (Ciudadanos) cuando se abordaron los espinosos temas de la corrupción, Venezuela o Cataluña. Ni siquiera fueron capaces de comprometerse en que no habrá terceras elecciones… No se derribó ni una sola línea roja. Al contrario. Ellas mismas terminaron apelando a cambiar el tono y el estilo.

¿Pero hay otro tono y otro estilo en política por ser mujer? Tal vez la grandeza de los avances en igualdad sea justamente ésa: reconocer que el género en sí mismo es un factor que ni suma ni resta. Un año de vieja y nueva política en nuestras ciudades ha sido más que representativo de lo escurridizas que son las etiquetas. Para la mujer, era una obligación social, histórica y hasta moral enterrar el estereotipo de "florero". Con o sin cuotas, a los partidos hay que reconocerles el esfuerzo que en tres décadas de democracia han realizado por acabar con las discriminaciones de género. Unos más convencidos que otros, inicialmente en un plano más simbólico que de poder real, pero en un camino irreversible.

Después de la era Merkel, que una norteamericana esté a un paso de convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos representa todo un asalto al acorazado techo de cristal.

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