Javier De La Puerta González-Quevedo

¿El acontecimiento de la década?

La tribuna

06 de enero 2010 - 01:00

SELECCIONAR el acontecimiento de la primera década de un nuevo siglo no es un ejercicio intelectual banal. Se calibra la universalidad del impacto, así como la proyección a largo plazo del hecho elegido -lo que Hegel llamaba su carácter "histórico-mundial"-. Pero en una década-umbral como la que termina, entraña, además, aventurar la dimensión clave (económica, cultural, tecnológica, medioambiental, política) o el actor determinante (Estado, grupo o movimiento social, ideología) que configurará el siglo entero. Es una prospección del futuro a largo plazo anclada en el pasado inmediato.

A comienzos de la década, el atentado que derribó las torres gemelas en Nueva York, y la reacción de EEUU invadiendo Afganistán e Iraq, parecían confirmar la tesis del choque de civilizaciones. Estábamos abocados a conflictos nacionalistas, étnicos y culturales en las zonas de fricción entre civilizaciones, y especialmente entre Occidente y un Islam radicalizado. Pero hoy, el terrorismo yihadista y los conflictos en el Gran Oriente Medio (desde Israel-Palestina hasta Afganistán-Pakistán, pasando por Irán) no deja de ser una distracción de "orden público global", similar al anarquismo de finales del XIX y principios del XX: ruido y espanto, pero no un factor clave. La dinámica de los conflictos con posible extensión global la aportan las grandes potencias: en particular, la superpotencia en declive (EEUU) y la gran aspirante en el horizonte (China).

A finales de la década, la caída de Lehman Brothers y otros gigantes de Wall Street desató una tormenta que puso de rodillas al sistema financiero global y arrastró a la economía mundial a una Gran Recesión. Ésta aún no ha acabado. Quedan peligros derivados que amenazan una doble caída: la deuda pública desbocada, las nuevas burbujas especulativas, tensiones monetarias y comerciales por los desequilibrios globales, etc. La crisis dejaría, sobre todo, secuelas ideológicas y culturales como para marcar un antes y un después: ¿fin del modelo de capitalismo neoliberal anglosajón? ¿regreso del Estado intervencionista ? ¿cuestionamiento de la primacía de los valores económicos en la sociedad? Lo sorprendente, sin embargo, es lo poco que ha cambiado tras la tormenta. Y la sensación de que la nueva "normalidad" es más precaria que la anterior y deja un sustrato mal disimulado de ansiedad. Pues, en todo caso, el origen y la salida de la crisis no dejan lugar a dudas sobre su efecto geopolítico: debilitamiento de un Occidente que dominaba a su antojo y daba lecciones al resto del mundo, y desplazamiento del poder hacia el Este. ¿Dominará China el siglo XXI?

Nuestra obnubilación con el gigante asiático es comprensible por su impacto económico y estratégico. Pero se exagera su potencial a largo plazo por la ceguera ante la miseria ideológica y ética del régimen (aún nominalmente comunista), y por la escasa atención a la fragilidad del entorno de seguridad en Asia oriental. La primera lleva a sobreestimar la solidez del régimen y la estabilidad de su economía. La segunda minusvalora las dificultades y tensiones para ordenar Asia Oriental alrededor de su hegemonía. La ley de la gravedad del ciclo económico también afectará al milagro chino. Y cuando lo haga, el único aglutinante ideológico para legitimar el régimen es un amenazante nacionalismo de gran potencia.

Lo que nos lleva al único acontecimiento indudablemente planetario, capaz de aglutinar a todas las potencias y regiones del planeta -de hecho, a toda la Humanidad-, con repercusiones más allá de la década, e incluso del siglo: la irrupción del cambio climático en la conciencia de la especie humana y en lo alto de la agenda política global. Sólo esta amenaza común puede subsumir o amortiguar los conflictos entre potencias, e incluso los choques entre civilizaciones. Altera los parámetros del debate ideológico y político, y obligará a cambiar el modelo de crecimiento económico, transformando nuestra base energética y provocando una revolución tecnológica y cultural (en nuestro modo de vivir) de largo alcance.

El cambio más minusvalorado de esta década ha sido la reunificación de Europa (ampliación al Este en 2004 y 2007) y su transformación en actor global (desde la exitosa puesta en marcha del euro hasta la aprobación del Tratado de Lisboa). No sólo se resiste a morir -históricamente hablando-, sino que en diez años ha logrado: a) conferir al continente mas conflictivo de la Historia universal una unidad y un orden democráticos, con paz y prosperidad, desconocidos desde hacía 2.000 años; b) crear un espacio económico único y solidario, culminado en una moneda única, por primera vez desde el Imperio Romano; y c) dar, con el Tratado de Lisboa, pasos modestos para traducir su economía -la mayor del mundo- en influencia global. Una triple proeza con reverberaciones milenarias.

Si tengo que apostar por un acontecimiento-dimensión que trascenderá esta década, no cabe opción: la nueva conciencia de destino planetario propiciada por el cambio climático. Mas si se trata de identificar un actor nuevo en el escenario-mundo capaz de articular una respuesta política a esa conciencia global, me quedo con Europa. Los agoreros de la decadencia llevan décadas enterrándola. Y ahí sigue, lenta y contradictoria, aburrida e irritante, vieja y esclerótica pero sabia, resurgiendo de las cenizas de su Historia.

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