El agosto de Sevilla

Mucho más que el calor, será un desafío descrito en una sonrisa que es la playa donde se calma toda marejada

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El exorno del entorno de la Catedral en vísperas del Día de la Virgen.
El exorno del entorno de la Catedral en vísperas del Día de la Virgen. / Juan Carlos Muñoz

29 de julio 2025 - 19:44

Hay una Sevilla íntima que nace en las postrimerías de julio, cuando acaba la Velá y se aproxima la mañana feliz de la Virgen, una Sevilla de minorías que desaparecerá con el fin de las vacaciones y parecerá que no ha existido. Una Sevilla de sacrificados muy alejada de comilonas junto a la playa, de fotos de langostinos en Sanlúcar de Barrameda, donde no debe caber un sevillano más. En esta Sevilla que ahora emerge hay puestos de flores con menos variedades, vitrinas de bares con las tapas justas, carteles de cierres por vacaciones (cada vez menos días) que se combinan con los que ofrecen trabajos de camarero o de ayudantes de cocina, algunas noticias agradables del ajuar de la Virgen de los Reyes, redifusiones de Semana Santa en las cadenas locales, tardes en que las piscinas junto al río parecen de clubes de Londres por el escaso público y, por consiguiente, la exquisitez en el ambiente; el abaniqueo en la novena (arzobispo, predicador, nardos, la colecta para la asociación, el himno y la ambulancia de la Cruz Roja preparada junto al Archivo)... Una Sevilla de agosto que no tiene ya ni corrida de toros ni señores de trajes de mil rayas, ni casi devotas con bata de cretona en la desconocida novena matutina, pero sí a Paco Cuéllar a la búsqueda de Joaquín de la Peña en las naves de la Catedral para ultimar cualquier detalle de la procesión; que carece de bares donde desayunar al estilo de toda la vida, sencillo y sin aguacates, y en la que no reina el sosiego porque ya nada se detiene por completo ni siquiera en agosto. Pero en los ritos, usos y costumbres sí se mantiene esa intimidad de convento visitado por Ismael Yebra, fotografiado por Martín Cartaya y reseñado por Álvaro Pastor.

La Sevilla de agosto mantiene lugares y personajes propios que hay que saber hallar, como cuando Francisco de los Reyes oficia la primera misa ante la Virgen al alba de su día, Puerta de los Palos abierta de par en par que pemite otear desde Mateos Gago (aroma de aguardiente en el Peregil) la efigie de la vecina más antigua de la ciudad. Es una Sevilla de pueblo, recogida a mediodía, a medio gas por la tarde y que busca las terrazas por la noche, una Sevilla a la espera del gran retorno que será motivo de enojo. Una Sevilla que se sabe el secreto de las horas en que San Fernando será expuesto como remate de la octava, la apertura de la urna menos conocida. Una Sevilla casi sin puestos de calentitos, pero con la misma Virgen de agosto que hace más de 750 años. La ciudad se mira a sí misma en la dureza de agosto, se reviste de un encanto particular solo para minorías, es única por desconocida, es un desafío que atrapa, es mucho más que el calor. Es el enigma de una sonrisa donde están las oraciones de los nuestros, un rostro que es la playa donde muere toda marejada y la mar recupera una calma de nardos y repiques.

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