La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
Cuando en 2019 la Feria del Libro de Sevilla me propuso hacer mi personal ruta literaria por la ciudad lo tuve claro: la cruz de guía iba a salir de La Fuga librerías, bienaventurado albergue a cualquier hora –diría, de ponerse gongorino, Luis Melgarejo– que tanto nos ha dado y da de leer y de vivir. Sí, de vivir, ahora me explico. Arranqué ahí, a la vera del librero Luis Gallego, el periplo literario porque fue justo ahí donde arrancó hace décadas mi andadura poética en Sevilla. Corría el año 2005 y me recuerdo sentada en el suelo de la librería, sita en su actual calle pero enfrente, sudando entre mucha gente en silencio –un flusflús con agua para refrescarme– mientras escuchábamos no recuerdo a qué pensador, quizá a Agustín –a San Agustín de Zamora me refiero, obviamente, que es uno de los santos titulares de este espacio–. Cuentan que, en cierta ocasión, en una tarde caliginosa, el librero quedose dormido sobre su mesa y al despertar se le ofreció a la vista una dulcísima visión: García Calvo lo contemplaba sonriente y le musitaba “Así se lleva un negocio”. No fue un sueño.
Y así es como ha llevado por décadas Luis Gallego su oficio: de forma parsimoniosa y constante, presente, sin prisa, sin pausa, a puerta abierta, a calzón quitao, donde hay que estar, y de qué callada y elocuente manera. En red y conexión con colectivos sociales, artísticos y culturales de la ciudad y de fuera. La Fuga es puente, pero ante todo es casa. En este mundo fluido, afecto al no-lugar, esta librería cumple una función política, que es la de ser territorio, la de dar lugar, no cejar y hacer barrio dando que pensar, que hablar y que leer como quien amasa y despacha su pan.
Esbozo este elogio a La Fuga porque acaba de ser premiada por la Feria del Libro de Sevilla (donde –recordaban con todo el aje los amigos de la editorial Barrett– ni siquiera tiene stand). Celebro este reconocimiento. En el momento de recibirlo, Gallego dijo: “Una librería tiene la fuerza de crear comunidades”. A fe mía que lo demuestra. Lo que reúne a este proyecto con otros espacios y gentes de la ciudad que frecuento es esa vocación de juntura, de recordarnos que lo vivo es lo junto, y que no interesa lo que sabes tú o lo que sé yo tanto como lo que podemos saber entre tú y yo (“¡Oh, eso es lo que no sabe nadie!”, nos guiña Antonio Machado). He aquí el arte de La Fuga. En su archivo conserva grabaciones imponderables, piezas únicas de pensamiento, poesía y conversación, y en su programación continua nos aguardan citas imprescindibles. Junto a la mano que echaba Aida Vílchez, el ojo de ojos brillantes de Pedro Rojas Ogáyar, y ahora la calma en el semblante de Carlos Frontera, el gran Gallego –vulgo, Luis Fuga– nos ha dado, repito, tanto y bueno de leer, tanto y bueno de vivir. Sí, de vivir, y me he explicado.
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