La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Lo dejamos ya para después de Navidad
Ni El africano, ni El chiringuito, ni La barbacoa.... Georgie Dann siempre quedará en mi memoria como el autor de El bimbó. Era la canción que mis cuidadoras de la guardería El Gato con Botas nos ponían cuando necesitábamos desgastar nuestras energías de párvulos: "Bailemos el bimbó, bimbó, que está causando sensación". Esta tonada es curiosa, porque, aunque pretende ser festiva y chiringuitera, no deja de tener un cierto tono melancólico, de súplica de enamorado que emplea sus últimas armas ante una mujer inalcanzable. Claro que todo esto no lo pensaba yo cuando, en 1975, me movía con torpeza de pingüino en aquel viejo caserón sevillano y amaba a Gloria, una compañera cuyo recuerdo se me aparece hoy con la cara de Santa Ángela de la Cruz y flotando entre nubes, por muy extraño que esto pueda parecer. Cuando esta mañana he leído en un periódico que El bimbó tenía doble sentido -es decir, un trasfondo sicalíptico-, he corrido a escucharla de nuevo y no he tenido más remedio que dar la razón al perspicaz redactor. Es evidente la gran diferencia que existe entre la manera de comprender el mundo de un niño de seis años y un periodista con los colmillos retorcidos, pero nadie puede negar que hay frases de El bimbó -la fonética africana ya nos pone sobreaviso- que son claramente una invitación al goce de la coyunda, especialmente la del clímax de la canción: "Siguiendo su compás tú llegarás así: Ah, ahh, ahhh". Para que no existan dudas, en el vídeo se ve cómo Georgie Dann acompaña estos versos con unos muy discretos movimientos pélvicos, porque Franco aún agonizaba y no estaban los tiempos para mayores destapes. Todos esos excesos vendría después, con Suárez y el boom de la pornografía.
Los españoles han recibido la muerte de Georgie Dann con una mezcla de cachondeo y pena. Al fin y al cabo, que tire la primera piedra el que en alguna boda o jolgorio, con cuatro gintonics en el cuerpo, no formó parte de una conga o trenecito en el que se coreaba cualquiera de sus gritos de guerra, con especial predilección del que clamaba: "Mami qué será lo que quiere el negro", que junto al You Can Leave Your Hat On, de Joe Cocker, fue durante mucho tiempo la cumbre del erotismo de baja intensidad que se solía imponer en los bailoteos celebrativos.
Georgie Dann fue uno de los grandes gurús del ocio hortera y moderadamente descocado, y dotó a una España nueva rica de estribillos varios para mostrar su autosatisfacción. Luego, como siempre, vino el castañeo de dientes.
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