Blanquear a Lenin

27 de julio 2024 - 08:01

Durante mucho tiempo Lenin ha gozado de un amplio crédito en la izquierda occidental. Digamos que era el poli bueno de la Revolución Rusa, así como Stalin era el poli malo. A uno se le veía como el revolucionario puro y audaz, al otro como el burócrata carnicero que traicionó todos los principios de la epopeya bolchevique. Sin embargo, con el tiempo y, sobre todo, con el desarrollo de una historiografía libre (sin subvenciones ni leyes castradoras) ha quedado claro hasta qué punto era falso este esquema simplista que salvaba la reputación de Vladímir Ilích Uliánov, uno de los mayores criminales del siglo XX junto a criaturas como Hitler, Mao o Pol Pot. En este blanqueo de la figura del líder revolucionario han tenido que ver principalmente dos cuestiones: la juventud leninista de no pocos de los políticos e intelectuales que hasta hace apenas unos años mandaban en el cotarro europeo (el maxismo-leninismo fue uno de los sarampiones culturales más lelos y siniestros de la historia) y la incapacidad de la izquierda radical (la que hasta hace poco se agrupaba en los partidos comunistas de diversa adjetivación) para hacer una verdadera autocrítica a su oscuro papel en la pasada centuria. El cómo una ideología que nació para emancipar a la humanidad terminó convirtiéndose en uno de sus principales exterminadores es un bolo alimenticio que cierta intelectualidad sólo terminará de deglutir en siglos. Mientras tanto, algunos prefieren hablar de la “superioridad moral” y otros supremacismos que serían una broma tonta si no destilasen una sutil toxina que envenena el debate sobre el pasado de Europa.

Este año se cumplen cien años de la muerte de Lenin y resulta desolador ver cómo todavía cierta prensa del mainstream progresista sigue blanqueando a un hombre que fue responsable de la destrucción de la jovencísima y frágil democracia rusa (recuérdese, una y otra vez, que la Revolución de Octubre fue contra un gobierno democrático no contra el absolutismo zarista) y del asesinato de más de un millón de personas por motivos religiosos o políticos. Cosacos, huelguistas, aristócratas, mesócratas, clérigos, prisioneros de guerra, profesores... muy pocos gremios escaparon al plomo leninista. El otro día leía una entrevista peculiar sobre una novela gráfica titulada Lenin, el hombre que cambió el mundo (jejeje) en la que no se hacía una sola mención a su condición de criminal político. En un momento dado, el dolido periodista le pregunta al autor: “¿Por qué Lenin genera tanta visceralidad?”. Y la respuesta no fue, claro, porque era un exterminador. El autor se limitó a señalar que la “narrativa del odio hacia Lenin” se debía a Churchill y la Guerra Fría. Y así es como se escribe la historia desde el lado correcto de la ídem.

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