
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El precio del éxito en Sevilla
La Real Academia Española debería tomarse muy en serio la mala calidad y falta de variedad de los insultos que impera en España desde que las redes sociales se han convertido en el gran mentidero del reino. En unos tiempos de gresca generalizada y banderías como los presentes, en los que, como en el tango de Enrique Santos Discépolo, “todo es igual, nada es mejor/ lo mismo un burro que un gran profesor”, es hora de que la doctísima casa intente paliar de alguna forma el empobrecimiento de los denuestos e improperios en la conversación pública nacional. Y para ello no hay mejor método que mostrar a los grandes maceros de nuestra lengua en plena acción insultadora. Sin recurrir a los clásicos duelos entre Quevedo y Góngora, fíjense, por ejemplo, en la retórica contundente de don Marcelino Menéndez Pelayo cuando se trataba de poner como los trapos a la chusma romántica en su monumental Historia de los heterodoxos españoles: “neurópatas, egoístas, melancólicos y soberbios, inhábiles para la acción, consumidos miserablemente por su propio fuego, hastiados e iludidos por las quiméricas pompas de su espíritu, corrompedores de la sincera visión del mundo y homicidas lentos de sus propias conciencia y energía” (la cita se la debo al profesor Jerónimo Molina Cano). El día que Feijóo se suba a la tribuna del Parlamento y le dedique una andanada similar al señor presidente del Gobierno, España volverá a ser grande como en sus mejores días.
Pero, quizás, don Marcelino, tan maravillosamente ultramontano (hoy se diría simplemente ultra), sea demasiada morcilla para los estómagos delicados de unas generaciones que se criaron con la ONU y Espinete. En ese caso podríamos recurrir a otro personaje con Barba y a contrapelo de los tiempos como el capitán Haddock, experto donde los haya en la vejación verbal del adversario, tanto que se han hecho no pocos diccionarios de sus disparatados y abundosos agravios: “antropopiteco”, “Atila de guardarropía”, “catacresis”, “chafalotodo”, “azteca” (este es bueno), “nictálope”, “residuo de ectoplasma”, “vegetariano” (este también), “vendedor de guano”...
Por todo lo dicho, es hora que la RAE publique un Brevísimo manual para el buen insulto y ponga fin a tanta mediocridad en el manejo de las injurias ¿Qué se puede esperar de unos tiempos cuyo mayor alarde insultador es llamarle “perro” al presidente del Gobierno?
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