29 de noviembre 2019 - 02:30

Paseábamos aquella tarde por los aledaños de la Catedral cuando, al pasar por la puerta del Perdón, lo vimos: un anciano palpaba la puerta que da acceso al patio de los naranjos, como un ciego que leyera un texto en braille. Se ponía y quitaba las gafas para mirarla, parecía absorto en lacerías y atauriques. Ante mi sorpresa, mi acompañante se sumó a aquel viejito. "¿Pero qué hay ahí que merece tanta atención?", les pregunté. Eran textos del Corán, labrados en el bronce. Mi amigo me señaló uno de ellos, referido al zakat, es decir, a la caridad, y me explicó que ese uno de los grandes preceptos del buen musulmán. Y del buen cristiano, se supone.

Estos días, al encontrarme con los voluntarios del Banco de Alimentos, se me ha venido al recuerdo aquella tarde y aquel precepto. Por su sesgo religioso, esquivo el término caridad y opto por otros como filantropía, solidaridad, hermandad, hospitalidad, virtudes civiles que alumbran a las buenas personas en general, con o sin dios mediante. Conmoverse con los demás, ponerse en su lugar y ofrecer la mano nos recuerda que Kairós troca las tornas cuando quiere, y así nos iguala. Y así jamás las trocara: poca solidaridad (o caridad) hay en quien da algo por si acaso mañana necesita que se lo devuelvan. También me acordé de aquella lectura repentina de la Puerta del Perdón cuando Rocío Monasterio vino a Sevilla para tratar de criminalizar a un colectivo de extrema vulnerabilidad como es el de los niños y adolescentes que llegan solos a España (la Fiscalía de Sevilla ya ha incoado diligencias ante este hecho por un presunto delito de odio). Por descontado que acoger a estos menores es una obligación de nuestro país que va más allá de las caridades y las solidaridades individuales, pero este tipo de acciones hacen una pedagogía inversa, alientan la insolidaridad, la deshumanización y la mala baba entre las gentes. Confío en que en Sevilla actitudes de este tipo -tan fáciles por cierto de propagar- se topen con la ciudadanía de frente.

Digo esto porque creo que Sevilla goza de una honda cultura de la caridad -tomo ahora el término religioso- gracias, entre otros factores, a las hermandades. Me consta que el mundo de las cofradías tiene sus vericuetos y aguas procelosas, pero también sabemos de la labor social que desarrollan. En mi calle, una casa de hermandad reparte periódicamente víveres a necesitados de cualquier nacionalidad, sexo, edad o etnia. El poemario que estoy leyendo ha contado con el patrocinio de la Hermandad de la Macarena. Está escrito por pacientes de cáncer del Hospital. El Giving Tuesday aquí es más diario de lo que algunos quieren hacernos pensar. Que no se pierda.

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