Una ciudad de lona y encaje

Así es la Feria. El gusto por la belleza, la luz y el color que nos atrapó en el Renacimiento

02 de mayo 2022 - 01:50

Rafael Laffón, en su Sevilla del Buen Recuerdo, describe la Feria de Abril como: "...una ciudad efímera de lonas y encajes, levantada para el acompasado gozo y el gusto de la amistad…". Así es. Una ciudad con sus calles y sus casas, con sus puertas. Una ciudad efímera y con un lejano origen rural. Éstas son las claves para aproximarnos al recinto ferial: una tensión entre lo rural y lo urbano, tensión presente en todo el imaginario sevillano, y que en la Feria de Abril alcanza su expresión festiva.

La Feria tiene una infancia romántica, pero alcanza la total belleza de la juventud en los primeros años del siglo XX. La Feria de Abril, como Sevilla, la ciudad que la creó, cuaja una nueva imagen en el modernismo, que aún no nos ha abandonado. Seguimos manteniendo ese espíritu que sueña con los momentos felices pasados: la niñez lejana, los paraísos perdidos, los jardines cerrados y ordenados; añoranzas de un mundo que se fue. Se desea un mundo armónico, pleno y rodeado de perfección. Que todo sea un goce para los sentidos. La perfección de lo soñado.

El mismo sueño que perseguían los viajeros de la segunda mitad del siglo XIX, la búsqueda del sur, de la luz del Mediterráneo y por añadidura de las evocaciones orientales que tanto sedujo a poetas y pintores. Es el mismo misterio que hoy aún se puede palpar por nosotros mismos en una visita a alguna de las ciudades marroquíes o que aún se encuentra en el Museo de Arte Islámico de El Cairo, en el que los sevillanos nos sentimos como en casa, al identificar formas y colores de nuestros azulejos. Un espejo se abre ante nosotros que nos permite pasar al otro lado y sentirnos muy a gusto. Imagen reflejada que encontramos en el libro de E.V. Gozenbach Viaje por el Nilo, escrito en 1890, donde podemos leer: "…y finalmente, después de muchas paradas de las interminables filas de coches, llegamos al real o lugar de la verdadera fiesta: una aldea de suntuosas tiendas entoldadas, con calles y plazas. Las tiendas tenían las dimensiones de pequeñas casas y estaban formadas por tapices bordados y multicolores, e iluminadas por centenares de faroles; por lo general, las telas que constituían el lado o fachada que daba a la calle estaban alzadas, por medio de pértigas, a manera de baldaquines, permitiendo así a la multitud echar una ojeada en su interior. Festones o guirnaldas de faroles unían las tiendas unas a otras, y a los grandes mástiles que había en las plazas...".

Me gustan las fiestas sevillanas, siempre iguales y diferentes, y en el caso de la Feria podemos encontrar nuestros orígenes. Lo mejor de nuestra herencia romana, las ciudades trazadas a cordel con calles paralelas y perpendiculares. Lo mejor de las jaimas de los bereberes que nos cedieron el amor a los caballos y el culto a la hospitalidad que disfrutamos en las casetas del ferial. Y finalmente el gusto por la belleza, la luz y el color que nos atrapó en el Renacimiento para siempre. Así es Sevilla, así es su Feria.

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