Azul Klein

Charo Ramos

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El consumo de los ángeles

Para el carismático dueño de La Manzanilla de Cádiz, Don Miguel, la taberna de la calle San Eloy fue un referente

En el número 5 de la sevillana calle San Eloy, justo donde ahora abre sus puertas una tienda de artículos deseables pero a menudo inservibles, existió una taberna dedicada a la venta de manzanilla de Sanlúcar de Barrameda. Desde su apertura en 1932 vendió vinos de la bodega de Herederos de Barón: manzanilla fina, madura, pasada…

De aquella taberna Sanlúcar apenas queda memoria salvo en las hemerotecas, en páginas donde se la reivindicaba en los días próximos a su cierre a mediados de los 80. Pero en Cádiz, en la taberna La Manzanilla de la calle Feduchy, Don Miguel solía elogiar el carácter y el sello propio de aquel establecimiento que para él, que también trabajó con los Herederos de Barón, era un referente de cómo hacer bien las cosas, con esmero y calidad.

Don Miguel para sus clientes, y Miguel García en los libros de familia, fue hasta su fallecimiento el pasado domingo a los 91 años, y durante siete décadas, el alma de la última bodega dedicada en Cádiz exclusivamente a despachar vinos de Sanlúcar, que él sólo permitía acompañar de dos aceitunas. El local se ha mantenido gracias a su dedicación y a la de su hijo Pepe, desde 1992 al frente del negocio, y por eso es una de las paradas ineludibles cuando se visita Cádiz. Numerosos sevillanos traspasan cada semana el umbral de este reino habitado por carteles taurinos y botas de amontillado. Es un espacio de confraternización entre personas de credos y gentilicios muy diferentes. Don Miguel, como su hijo Pepe, nunca hizo distingos entre los clientes anónimos y los célebres, y por eso Fernando Quiñones con sus amigos de tertulia antes, y ahora Fernando Savater o Sara Baras, pueden codearse con los parroquianos sin que a nadie le llame la atención.

A Don Miguel le gustaba hablar de las duelas y las cañas, y mostrar el corazón del negocio, la sacristía, aleccionando para asombro de todos en el consumo de los ángeles, que es como se llama a la evaporación o merma que sufren los centenarios barriles de amontillado, calculada allí en 15 litros por año.

La Manzanilla ocupa aún el local que en 1932 inauguraron las bodegas Barón en la capital gaditana. Desde que el padre de Don Miguel lo adquirió en 1942 siempre mantuvo la misma actividad: defender una cultura que desaparece a marchas forzadas de toda Andalucía y despachar vinos del marco de Jerez sin cocina, sin botellines de cerveza, sin aparatos de aire acondicionado ni nada que pueda alterar la calidad y el madurar sereno de los caldos.

En estos días muchos sevillanos amigos de La Manzanilla se acercarán a brindar por la memoria de Don Miguel, por la nobleza que caracterizó su vida, y al hacerlo reivindicarán las tabernas tradicionales, ese lugar donde a menudo repostan los ángeles.

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