Domingos de precepto

25 de junio 2025 - 03:06

Una península es una superficie de tierra rodeada de agua por todas partes menos por una llamada istmo. Me fascinaba ese enunciado de las lecciones de geografía que nos daba don Pascual, cuando la enseñanza era un Renacimiento sin pretensiones. En geografía yo disfrutaba especialmente con los afluentes, esos que no desembocaban en el mar manriqueño, que eran como oraciones subordinadas de agua, o las comarcas, una homogeneidad territorial que en mi más tierna infancia tenía más coherencia que las provincias o no digamos la pamplina administrativa de las comunidades autónomas. Ya podían haber contratado a un poeta para darle un nombre más saleroso a la parcelación, para no hacer sangre con lo de regiones y nacionalidades.

Yo aprendí mucho antes lo de los istmos que lo de los ismos, que es un conocimiento más tardío, más repipi, del que me doctoré fusilando los tomos del monitor de Salvat. El istmo estaba en los Pirineos, por donde entraron los franceses y donde los franceses frenaron a los árabes. España es ahora mismo una península rodeada de corruptelas por todos sitios menos por una que es el rey Felipe VI, coetáneo del mayo francés y que es un istmo tan sólido como los Pirineos que ponen a prueba la fortaleza de los argonautas del Tour de Francia. Corruptelas familiares, domésticas, de partido, de cambalaches. Son tantas que cada una juega su papel de tapar a la anterior y ser anulada por la siguiente.

Me defiendo, me defiendo como gato panza arriba. El presidente del Gobierno debe canturrear lo que decían Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, porque no hay tsunami que pueda con él. Vaya con la resiliencia. Ni el casting de apestados pone en solfa su permanencia en la Moncloa. Los Reyes de España tienen que visitar a hurtadillas el monasterio de Montserrat en su milenario, insultados por los nuevos milenaristas de pacotilla. Y sin embargo, el Gobierno ya busca un sustituto de Santos Cerdán para los miserables encuentros en el extranjero con un prófugo de la Justicia que sujeta los hilos de la Moncloa como un títere de cachiporra. En lugar de cuestionar esa táctica mendicante, el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, habla de encontrar un relevo al último señalado por la mancha de estiércol.

El ruido es su aliado y la furia su pitonisa. El presidente salía a un ruedo sin toro y sin público. No le hacía falta mirar a la presidencia porque la llevaba puesta. Una rueda de prensa dominical, el precepto de Pedro Sánchez, sin periodistas, como si hubieran caído fulminados por una bomba de neutrones. A mí, Sabino, que los arrollo. La culpa es nuestra por aceptar el humo como categoría informativa y el soliloquio como primicia. La culpa es de los autores, titulaba su libro de Memorias el editor Mario Muchnik. Claro que nadie se podía levantar porque allí estaba Nadie, el nombre con el que Ulises se presentó a Polifemo antes de cegarlo en la cueva homérica.

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