Contra el don de lenguas

20 de junio 2025 - 03:08

Mi reciente viaje de trabajo a Innsbruck ha tenido su complicación. Mis colegas llegados desde Suiza, Alemania, Nigeria, Países Bajos o la propia Austria dialogaban fluidamente en inglés, y servidora, la única escritora española en las reuniones, sonreía más que rechistaba, porque me enteraba de la misa la media. Es el mal de lenguas español; buena parte de las personas de mi edad, hasta las más pedantonas, apenas chanelan un segundo idioma. Por no hablar de los entrados en la cincuentena: ni flowers. Nos defendemos para ir de turisteo; para conversar de veras tenemos la lengua amputada.

Cuento esto –en español, claro– al viajero con el que comparto fila rumbo a Múnich, un marroquí que me acaba de traducir un aviso en alemán y habla perfectamente mi idioma. Yo le digo las cuatro palabras que sé en árabe y se sonríe. Siempre me ha fascinado –le comento– el don de lenguas de muchas gentes de Marruecos. “Lo da más la necesidad que la escuela –me responde–, y el amazigh al fin y al cabo ha sido colonizado sin interrupción…”. Callo un rato. Después le confieso: “Mi primer profe de inglés no sabía inglés”. “Joder”, concluye, con la jota menos aspirada de la Historia.

En estos días, dos próceres de la derecha española han sido noticia por la vergüenza ajena –y también un poco propia, al ser compatriotas– que hemos sentido al contemplarlos; a una, negándose a escuchar en lenguas cooficiales y, al otro, hablando en francés de pichardo en una reunión con sus colegas de extrema derecha, rollo “Dos huevés, frités con patatés, Manué”. La Le Pen se desorinaba, válgame el vulgarismo. Ante el problema, grave y urgente, que tenemos los españoles de cierta edad de no chapurrear más que el castellano (y, algunos, este también malamente), los de Abascal aquí se han puesto manos a la obra: proponen suprimir inmediatamente las clases de árabe en ocho centros educativos de Sevilla, que se imparten al alumnado que lo solicite y en horario extraescolar. Digan ustedes que sí, mentes preclaras de Vox, que aprender idiomas –más aún árabe, ¡anatema!– es de masones, afrancesados y tiesos: quien quiera entenderme que aprenda español de los montes. Aquí se habla en cristiano, y no en esa algarabía que hablara Ibn Sahl de Sevilla, y que nutre con más de 4.000 palabras el tesoro de nuestra lengua. Así nos luce después el pelo (y la glotis) en tierra extraña. ¡Santi, y cierra España!

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