José Ignacio Rufino / Economia&Amp;Empleo@Grupojoly.com

Un dragón pulcro y jesuítico

El poliedro

El nuevo presidente del BCE es un tecnócrata que ha sorprendido bajando el tipo de interés básico

05 de noviembre 2011 - 01:00

SU apellido puede traducirse como "dragones" y, aunque algunas decisiones suyas han despedido efluvios pestilentes y sulfurosos, él ha conseguido no despeinarse y labrarse una imagen de tecnócrata algo curil. Podría pasar por el hermano esbelto de Florentino Pérez, no en balde fue jugador de baloncesto -también bastante invisible- y conoce el Mont Blanc como la palma de la mano. Lo suyo, de hecho, es escalar: ascender sin prisa pero sin pausa. Fue un discreto número uno en la Universidad La Sapienza, de donde partió para doctorarse con Solow y con su compatriota y también nobel Franco Modigliani en el MIT de Boston. Antes, estudió en el Instituto Massimo de los jesuitas, también en Roma, donde pasaba la solución de los exámenes a Luca Cordero di Montezzemolo (con ese nombre hay que ser alguien, por ejemplo presidente de la Ferrari). Según el ex presidente de la República Scalfaro, el hasta ahora gobernador del banco central italiano, y ya nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE) en sustitución de Trichet, "no tiene el aire de un funcionario de la administración pública sino de un yuppie, sólo que los yuppies tienen como objetivo la riqueza, mientras que Draghi mide el éxito en función del poder que él administra". No sé si se puede ser yuppie y sacerdotal al mismo tiempo pero, sin duda, Scalfaro tenía razón: Mario Draghi ha conseguido escalar a sus improbables 64 años hasta la cumbre estratégica que -junto con otras pocas- más poder público administra en el mundo. Él es el manijero del euro y los tipos de interés, el albacea de la política monetaria de la hoy histérica y empanicada Unión Europea.

Un italiano en Fráncfort, un jefe periférico en la residencia del inestable hijo del marco, el euro (pronúnciese "oijo", como lo pronuncia su maternal defensora Angela Merkel). A no pocos alemanes les ha temblado el labio de soberbia al conocer el nombramiento -que estaba cantado, por otra parte-; Salgado dice estar encantadita. Ahora, a él le toca encontrar el equilibrio entre contener la inflación que corroería el poder adquisitivo de 600 millones de europeos si los tipos son altos o, alternativamente, bajarlos para que la carga de los créditos de esos europeos no se coma su salario, y además alentar así el flujo del crédito y reverdecer el consumo. Nada más llegar, Draghi ha optado por lo segundo en contra del núcleo duro de los expertos: le encanta caer bien, aunque sea contradiciendo a los brujos monetarios.

Todos tenemos un pasado, y Draghi también. Marcando el paso a su hijo, actualmente ejecutivo de Morgan Stanley en Londres (qué buena suerte, junior, y qué listo quien te fichó), Draghi fue máximo ejecutivo de Goldman Sachs en Europa. Giacomo, que así se llama el hijo, tendrá que soportar que todo el mundo piense que un chivatacillo de papá en una cena familiar cualquiera -"en un mes subo un cuartillo, hijo"- puede ocasionarle pelotazos rigurosos a sus inversores, y de paso pingües comisiones a él mismo. El joven, por cierto, ostenta el cargo de vicepresidente trader en tipos de interés… Esto es ser mal pensado, desde luego, pero no lo es tanto recordar que el nuevo presidente del BCE, cuando estuvo en Goldman Sachs, asesoró directamente al gobierno conservador de Karamanlis, ruinoso antecesor de Papandreu. Draghi trabajó como consultor -galáctico, pero consultor- para Grecia, la Grecia que falseó fatalmente sus cuentas para poder entrar en el euro, y puede que así llevarlo a su destrucción. Draghi tiene un borrón importante en su expediente. No se puede uno fiar ni de un cura. Ni del propio padre siquiera. Bueno, Giacomo quizá sí pueda.

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