Julián Aguilar García

Por favor, gracias

Me llamó la atención que pocas personas pidieran las cosas por favor o dieran las gracias

16 de marzo 2019 - 02:32

Hace poco pasé un par de horas en la barra de un bar fantástico del centro de Sevilla en que se puede disfrutar de un gran surtido de vinos de Jerez. El de la barra civilizada es un deporte muy recomendable a partir de cierta edad: evita lesiones generadas por creerse joven y correr detrás de un balón como si todavía nos fuese la vida o el orgullo en ello, permite socializar y, sin exceder un límite razonable de ingesta, propicia el buen humor. El de Jerez, además, es un vino (no el único de nuestra región, pero posiblemente sí el mejor, aunque esto no deja de ser mi opinión, que someto a cualquier otra mejor fundada) que propicia ese beber moderado, disfrutando del producto, apreciándolo. El objetivo no es alumbrarse, sino aprender de la vida. Pero no era de esto de lo que quería escribirles hoy.

Durante el par de horas que estuve con dos amigos acodado en aquella barra, pude ver a muchos otros clientes entrar, pedir, consumir e irse. Algunos con aire de parroquianos habituales y otros con apariencia de turistas en búsqueda de tipismo, que no distinguían un palo cortado de un fino, los pobres.

Me llamó la atención que pocas personas pidieran las cosas por favor o dieran las gracias al camarero tras ser servidos. No es algo excepcional de los clientes de ese bar, por supuesto. Un bar concurrido no deja de ser un aleph (discúlpenme la pedantería borgiana), un lugar en que se concentra todo el mundo simultáneamente, un pequeño espacio en que podemos ver todo lo que existe. Si miramos a nuestro alrededor es probable que experimentemos la misma sensación: nuestros congéneres, al menos los españoles, adolecen de hosquedad crónica, endémica, inveterada y perfectamente innecesaria, por expresarlo de alguna forma, aunque el tópico diga que somos simpáticos (yo, desde luego, no lo soy. No soy simpático, quiero decir. Me gustaría creer que tampoco hosco).

Cuando era pequeño, allá por el pleistoceno, nos repetían sin cesar aquello de "¿cómo se piden las cosas?" y "¿qué se dice, niño?", para que aprendiéramos que el por favor y las gracias debían ser un automatismo para cualquier persona mínimamente educada. Da la impresión de que ese automatismo o la educación se han perdido, confío que no para siempre.

Y otra cosa: la gente parece estar malhumorada perennemente. No sin motivo, lo entiendo: ni el Betis ni el Sevilla están en su mejor momento, la SE-40 no se termina ni hay planes creíbles ni presupuesto para ello, los tontos abundan y prosperan, nos siguen acribillando a impuestos y la burocracia nos asfixia. Hay razones para estar enfadado. Innegable. Pero no es preciso demostrarlo constantemente. De hecho, se agradecería que, por elegancia o por caridad, todos ilumináramos la cara con una sonrisa de vez en cuando.

Por favor, sonrían. Muchas gracias.

stats