Por favor, señor, quiero más

16 de julio 2011 - 01:00

EN el hospicio, el hambre seguía atormentando a Oliver y a sus compañeros: sólo les daban un cacillo de gachas al día, excepto los días de fiesta en que recibían, además de las gachas, un trocito de pan. Al cabo de tres meses, los chicos decidieron cometer la osadía de pedir más comida y, tras echarlo a suertes, le tocó a Oliver hacerlo. Aquella noche, después de cenar, Oliver se levantó de la mesa, se acercó al director y dijo: 'Por favor, señor, quiero un poco más'.

'¿Qué?', preguntó el señor Limbkins muy enfadado. 'Por favor, señor, quiero un poco más', repitió el muchacho. El chico fue encerrado durante una semana en un cuarto frío y oscuro". Esta escena que tan familiar les resultará pertenece a Oliver Twist de Charles Dickens, publicada por entregas entre 1837 y 1839. 172 años después el episodio se ha repetido -en versión afortunadamente atenuada: hambre sin golpes- en la guardería Las Tres Torres de Sevilla.

La directora de este centro con aire victoriano ha dicho ante el juez que actualmente no existe ninguna normativa de la Junta de Andalucía, con la que estaba conveniada la guardería, que le obligue a suministrar un menú por cada niño que haya en el comedor. Supongo que el consejo directivo del hospicio en el que malvivía Oliver Twist podría aducir lo mismo. También ha declarado que según su experiencia cada menú daba para que varios niños comieran bien, lo que se demostraba en que después del almuerzo "no lloraban". Esta experiencia le llevaba a repartir un menú entre tres niños.

Entre los tiempos victorianos y nosotros median, como es lógico, muchos cambios positivos en lo que se refiere al cuidado de los niños o los socialmente más desprotegidos. Pero hay algo que no ha cambiado.

Y que no cambiará nunca: la naturaleza humana. Los avances sociales crean marcos legales y desarrollan sensibilidades sociales que hacen más difícil abusar de los más indefensos o los más débiles. Pero la naturaleza humana, cuando la domina la avidez y carece de empatía, buscará las grietas legales que le permitan multiplicar sus beneficios a costa de la calidad (y hasta la salubridad) del servicio que preste o se arriesgará a trasgredir la legalidad para multiplicar los beneficios.

Quienes tienen a su cargo niños, enfermos, ancianos o discapacitados asumen unas responsabilidades que exigen el riguroso control de la calidad de sus prestaciones. No son infrecuentes, por desgracia, las noticias sobre residencias en las que los ancianos son maltratados o cuidadores que desatienden las personas a su cargo. Afortunadamente la ley conoce la naturaleza humana. Y actúa.

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