Fiesta y ruina del agua

28 de agosto 2025 - 03:08

Las ruinas artificiales también nos atraen a unos pocos. Restos de PVC que quedan cuando la diversión se desmantela y el olvido reclama una legítima idea de lugar. Queda lo que queda. La violencia muda del abandono. Entornos de orfandad y vacío. Restos del hundimiento entre zarzas y floresta trepadora. Y los interrogantes que ahora afloran entre el silencio inhóspito y sexy a la vez. El verano como trasunto del capitalismo. Formatos para la diversión global. El despilfarro de los recursos. El canon del ocio que envejeció tras la era del derroche y la ordinariez.

Hablo del halo que transmiten ciertas instalaciones abandonadas, como las de los recintos de la diversión del agua que chaparon hace tiempo. Todo un llamado para sensibles y raritos atraídos por la felicidad en parajes absurdos. El caso es que ahora podemos hacer la ruta pop del olvido a través de los parques acuáticos que dejaron de existir como reclamos para las vacaciones. El diorama del abandono resiste en ciertos lugares descuidados. La naturaleza hace aquí su feo trabajo sobre plataformas y restos degradados. El fotógrafo y arquitecto Pol Viladons ha publicado Aftersun, un libro de imágenes sobre parques acuáticos olvidados en distintos países mediterráneos, Japón y Estados Unidos. Hace unos años Aida Navarro, Leonor Martín y Alejandro Sánchez trazaron su ruta por los parques acuáticos abandonados en España en el proyecto artístico Fin de temporada.

Las imágenes en ambos trabajos, en especial las de Viladons, nos trasladan a los veranos analógicos que fuimos y a aquellas formas de la diversión acuática que alguna vez disfrutamos sobre toboganes de colorines, albercas con oleaje mecánico y piscinas azul pitufo. Los parques del agua que cerraron lo hicieron por culpa de algún accidente funesto o porque el ocio estival halló otros vías de entretenimiento más llamativas. Aftersun es como el relicario visual de lo que antaño atrajo a niños y mayores en aquellas fiestas del cloro y la adrenalina. Hasta los nombres de las instalaciones abandonadas remiten a lo que el fracaso tiene de rótulo y carcasa rota. Aquatic Paradise en Sitges. Turbogán en Castellón. Aquópolis en Madrid. O el mejor de todos: Aquaoliva en Jaén (el nombre convoca a los espectros del ayer tanto o más que los anuncios del viejo Pryca que abrió sus puertas en 1991 en la capital de los olivos).

El libro de Viladons incluye postales con imágenes de los oasis artificiales que se desecaron. Bañistas que chapotean en el agua. Chulánganos que aguardan turno para tirarse del gran tobogán. Madres y padres sentados con los pies en remojo en la piscina o tumbados al sol sobre losetas duras y ajedrezadas. Del júbilo vacacional y la gritería infantil de antaño ahora sólo queda la mudez que la naturaleza reclama con su combustible inflamable de yerbajos del color del cártamo seco. Visitar estos espacios muertos es parte de la deuda. Algo podridas ya, las instalaciones son parte del esqueleto del tiempo que también nos vertebra entre la compasión y la falta de piedad.

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