Por fin somos europeos

No está mal probar nuevos horarios y usos para la cultura, la socialización y el comercio local

19 de febrero 2021 - 02:31

Por fin somos europeos!", exclamaba Antonio Ozores en Un, dos, tres, ante la indiferencia de mi abuela y mía, que lo veíamos por la tele mientras comíamos pipas. En la Nochevieja del 85, mi tío se encajó en la cena disfrazado de IVA (en su alegoría en grado de tentativa, se pintó un esqueleto sobre un esquijama negro y portaba un maletín con billetes de mentira). El 1 de enero del 1986 entramos en la Unión Europea y, con ello, espejeó la ensoñación de "hacernos europeos", de poner la mentalidad por completo al día después de los 40 años de regresión franquista, y que se nos pegara el supuesto lustre del francés, la funcionalidad alemana o el civismo neerlandés. Me temo que, en el afán de admirar a ciertos pueblos europeos, había quien desdeñaba la mediterraneidad que es sumamente sabia y más vacilona. Y eso sin hablar de la puerta abierta al Atlántico que disponemos…

Pero España siguió siendo diferente, por suerte y por desgracia. En cuestión de usos, horarios y modos de vida, continuamos siendo estrafalarios a ojos extranjeros. Este punto se advertía -pretérito muy imperfecto- bien en una ciudad turística como Sevilla: cuánto admiraba el visitante procedente del norte de Europa o de América que trasnocháramos. ¡Y cuánto imponía, a la vez, sus horarios!: en el barrio de Santa Cruz, a las siete y media en agosto, se servían de cena paellas como soles. Nuestros horarios laborales, heredados de las hambres posbélicas, resultan ineficaces y delirantes para cualquiera que no sea español y hasta para muchos aborígenes entre los que me incluyo. También el presencialismo estéril, que es la otra cara de aquel otro mal llamado absentismo.

"¡Por fin somos europeos!", dijo antier con guasa un amigo mientras nos sorprendíamos de nuestra propia actitud al llegar a una terraza: ni juntamos dos mesas sin permiso, ni pillamos el velador aunque no estuviera limpio, ni nos apretamos en la barra, guardamos la vez… Ha tenido que venir una pandemia horrorosa para hacer girar horas y costumbres, vicios y virtudes. Admiro la sprezzatura con la que en Sevilla nos hemos hecho a acudir a recitales en la sobremesa, a estar en casa a las diez, a que nos cundan las horas que echamos teletrabajando. En cuanto pueda ser, algunos de estos usos desaparecerán (¡menos mal!) con el alivio de las restricciones pero, por verle algo bueno a las duras circunstancias, no está mal que la ciudad ensaye nuevas posibilidades horarias para la cultura y el comercio, y amplifiquemos nuestras formas de encuentro, celebración y disfrute de la ciudad. Por ejemplo, los conciertos y el teatro a horas vespertinas o los mercados nocturnos, cuando pase todo esto, podrían ser de provecho para la ciudad. Si la vida que llevamos parece una broma extraña, aprovechemos al menos para sacar de ella algunos hábitos sabios.

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