El fracaso de las Atarazanas

Con las Atarazanas nos da la sensación de que han jugado al ratón y el gato con los ciudadanos

08 de septiembre 2020 - 02:30

Las Atarazanas son como esos desafortunados fantasmas que ya no infunden respeto a nadie. Quizás el problema es que los restos del astillero medieval sevillano no acogen a ninguna hermandad que lubrique el populismo cofrade de los políticos andaluces -empezando por la actual consejera de Cultura, Patricia del Pozo-, acostumbrados a pescar votos con las restauraciones del rico tesoro mueble e inmueble de las hermandades, algunas más acertadas y pertinentes que otras. Que bajo estas bóvedas medievales formen los tramos albimorados de Las Aguas, dejando una de las imágenes más hermosas de esas fechas, parece que no es suficiente. Definitivamente, el soberbio monumento del gótico civil español ya figura en la lista de los proyectos gafados de la ciudad, aquellos que se eternizan y ponen de relevancia la ineptitud de los gestores públicos. Ejemplos hay muchos: el solar del Prado, que durante décadas fue un basurero; el boquete de la Encarnación, cuya solución fue peor que el problema; San Hermenegildo, abandonado y leproso pese a su importancia histórica; la Fábrica de Vidrios de la Trinidad, etc.

Con las Atarazanas nos da la sensación de que han jugado al ratón y el gato con los ciudadanos, pasando de los grandilocuentes anuncios de proyectos faraónicos al olvido y el desdén. En la fantasía colectiva de la ciudad, el edificio ha tenido numerosos usos que nunca llegaron a materializarse. Lo hemos soñado museo naval al estilo del de Barcelona; gran centro iberoamericano con el que Sevilla recuperaría su condición de capital de las Indias (los delirios de grandeza de la ciudad son, a veces, divertidos); o Caixafórum non nato que acabó en los garajes de la Torre Pelli. Una decepción tras otra. Ahora, la consejera Del Pozo ha aprovechado una entrevista de Europa Press para descolgarse de los compromisos de la Junta con las Atarazanas, desbaratando así un tratado de paz penosamente alcanzado, después de años de batalla judicial y mediática, entre los defensores del patrimonio histórico y los poderosos promotores. Sencillamente, dice Cultura, no hay dinero para un astillero del siglo XIII único en España. Vuelta a empezar.

Así las cosas, quizás deberíamos convenir que ha llegado el momento de asumir que el proyecto para las Atarazanas está muerto; que mejor sería parar, respirar y no precipitar una solución chapucera de la que nos podríamos arrepentir en tiempos futuros. Mientras tanto, se debería acometer el adecentamiento del edificio Carlos III y garantizar las visitas a las impresionantes naves góticas, que al fin y al cabo son lo verdaderamente importante. Para eso imaginamos que habrá fondos. ¿O tampoco?

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