Eduardo / Jordá

De lo que no se habla

En tránsito

11 de junio 2016 - 01:00

DE una cosa podemos estar seguros: que no se va a hablar de nada importante en esta campaña electoral. Nadie hablará de las pensiones -o de cómo financiarlas-, ni del pacto educativo, ni de cómo redactar leyes que puedan ser aplicadas de verdad, ni de intentar racionalizar la Administración de un país que es uno de los más caros de mantener del mundo, con sus 17 parlamentos autonómicos y televisiones y todo lo demás (ignoro si se hacen cálculos de sostenibilidad de los regímenes políticos, pero sería bueno que alguien calculase cuánto cuesta mantener cada día en pie a nuestras múltiples administraciones). En fin, que una vez más no se va a hablar de lo que debería preocuparnos, y en cambio discutiremos cientos de veces cosas que no tienen ningún interés: esa misma peleíta insustancial entre partidos, repetida una y otra vez como en un eterno día de la marmota, de la que hablaba el anterior Defensor del Pueblo Andaluz.

Y de otra cosa podemos estar seguros: se nos van a hacer promesas que nadie sabe -empezando por el mismo que las hace- cómo pueden llevarse a cabo ni cuánto dinero van a costar, si es que alguna vez -cosa dudosa- se dispone de ese dinero. Pero nada de eso importa y nada de eso preocupa. Y por eso se nos prometerán millones de puestos de trabajo, y drásticas rebajas de impuestos (según unos, para todo el mundo, y según otros, para los que no somos ricos), y también habrá ayudas sociales a tutiplén, y nunca más habrá más desahucios ni embargos (como si eso dependiera de los políticos y no de los juzgados), y no sé cuántas cosas más que se anuncian como irrevocables y que veremos implantadas en cuanto lleguen al poder quienes nos las proponen.

Y mientras tanto, veremos a los candidatos en docenas de programas de televisión, ojerosos y cansados y aturdidos, con niños y con ancianos, cocinando y conduciendo, leyendo y durmiendo -no es improbable-, pero eso también da igual porque ningún candidato puede escabullirse de la tétrica dictadura que ejerce la televisión sobre nuestras vidas. Ni de Twitter, por supuesto, porque ahí están todos -incluso el antediluviano Rajoy- tuiteando todo el santo día, aunque sean chorradas, que de eso se trata. Y una vez más todo es cháchara y ruido y postureo, sin que nadie parezca preocuparse por los asuntos que de verdad nos van a quitar el sueño. Mal vamos otra vez.

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