Las heridas seculares de Andalucía

Además de ser líderes en sacar sonrisas y en el arte de sentir, Andalucía ha de aspirar a contar en los centros de poder

Las heridas seculares de Andalucía

Las heridas seculares de Andalucía / Departamento de Diseño

La misma Andalucía con harapos que cautivó a Edgar Neville hace ya un siglo con su gente “guapa y alegre” se vistió de gala para celebrar el 28-F en el Maestranza. Aún somos la comunidad que más depende de la agricultura para subsistir. O como decía Manolo Chaves hace veinte años, seguimos siendo una potencia “en la industria agroalimentaria, en el turismo y en las energías renovables”. Lo mismo proclamó Juanma Moreno para subirnos la moral en ese tono condescendiente con que el auditorio se viene arriba hasta cuando le recuerda nuestras miserias. La campaña institucional del Día de Andalucía, coronada con una gala que ni los Grammy, se propuso sumergirnos en el orgullo andaluz y casi lo logra. Andalucía hunde sus raíces en un sustrato tan profundo, que le une firmemente a la tierra pero al mismo tiempo la retiene, la inmoviliza. Tanto nos insistieron en que somos “líderes en sacar sonrisas y en el arte de sentir”, que se nos olvidaron las penas. Pero el espectáculo se alargó tanto, que el personal empezó a ponerle faltas. Estos detalles no han de preocupar a la organización, porque para cuando Pablo López interpretó el himno –algunos nos quedamos con ganas de oírselo cantar a José Mercé– el baño de autoestima había cumplido su cometido. Embargados por la emoción tras reconocer a los andaluces del año mientras contemplábamos nuestra tradición sobre el escenario, la misma que proyecta la imagen de España al extranjero, sólo a un loco se le ocurriría reparar en que también somos líderes en las rentas más bajas, en el número de parados y en el de camareros.

Para que Andalucía cuente de verdad en los centros de poder de la capital del reino y deje de ser una comparsa, ha de pasar de las palabras a los hechos. Hasta hoy sólo se le tiene en cuenta la noche electoral, durante el recuento, pero luego se le da la espalda con las inversiones que generan empleo de calidad. Muchas veces nos quejamos de los sambenitos pero también nos los ganamos a pulso. Al empeñarnos en demostrar que nadie pellizca el alma como el andaluz, como se puso de manifiesto en el Maestranza, también abonamos ese topicazo tan dañino. Y esa autoafirmación endogámica puede que esté en el origen del porqué esta Andalucía vive con ese consuelo del talento para las artes y para lo estético, pero no para lo práctico. Quizá nos sirve de placebo o de ungüento para curarnos las heridas seculares, pero poco más. Andalucía sólo puede aspirar a lo que se merece por su territorio y su capital humano si se toma tan en serio su capacidad de influir como los espectáculos que ofrece al mundo. Y lo bueno es que esta nueva era digital le ofrece la ocasión de abandonar su papel secundario para dar un salto al futuro donde se demanda tanto talento como le sobra, más allá de la gracia y el ingenio.

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