La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
LA paternidad es la primera señal de la finitud. De repente, te das cuenta de que lo lógico, lo natural, es que tú pases y ellos permanezcan (lo contrario ni siquiera te atreves a pensarlo por el dolor que atisbas). Así visto, los símbolos y los ritos ayudan a que realices el viaje iniciático en el que debes acompañar a quién te sucede.
La hermandad la componen Dios, la fe y el culto como columnas de sustento diario (una cofradía no es más que su reflejo público en la calle). Una hermandad acompaña la vida de una persona, de su "yo"; de ese "yo" que es el que tiene que parecerse más a "mí". Y también, de ese "yo proyectado" que pueden ser los hijos.
La hermandad recorre la vida, desde la niñez con su apresurada mezcla de alcohol de quemar para limpiar plata, la adolescencia con la asunción de responsabilidades que empiezan quizás en el tramo de una cofradía, la madurez de las relaciones de grupo, del trabajo en equipo; la solución de opiniones diversas, conflictos suscitados o caracteres diferentes, el amor humano encauzado en amistades duraderas y -quizás- en el proyecto de una vida en común con quien puso en ti su mirada una tarde de febrero.
La hermandad con la vida, con su paso, pero también con sus señales, con sus prioridades y cambios, sus zarpazos y besos, sus carambolas y trueques, sus desembarcos sin planificar. Todo eso, y más, es una hermandad.
La Hermandad del Cristo de la Corona sabe mucho de eso. De no tener nada, en medio de todo. De arrancar las tiras de cera de cirios usados, de noches de ilusión, de días lentos y atardeceres en patios lujosos con naranjos. La ilusión de un grupo de jóvenes (hombres y mujeres) que se forjaron bajo la paternidad espiritual de D. José Gutiérrez Mora y que dio un fruto impensable porque era imposible por ubicación, número, circunstancias… "Habrá que hacer algo con esta imagen", dicen que dijo el día que tomó posesión como párroco.
Este Viernes de Dolores (y antes el viernes anterior) sale la hermandad "con la vida". Con la vida de todos los que la componen. Ahora su núcleo lo forman, en su mayoría, treintañeros que afrontan la cuarentena con el orgullo de sus hijos, integrantes todos de esa nueva "familia" que son los amigos que, incluso, la sociología apunta como novedad.
La cofradía recorrerá "con su vida" el espacio que tiene, los enclaves que la confortan y las calles de su particular historia. Esa hermandad tiene un enorme futuro por delante, que, seguramente, culminarán las manos de nuestros hijos. Porque si el hombre es un "ser para otros", esos otros son los que llevamos de las manos.
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