¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Un hombre con sombrero

Cada vez que me he acercado a José Mateos he encontrado una voz sobria, honda y hermosamente andaluza Catalán en la Hispalense Nunca he estado en América, güey

José Mateos y su inseparable sombrero.

José Mateos y su inseparable sombrero.

DEBE ser por un secreto resorte de adolescente de los ochenta, pero cada vez que veo a José Mateos recuerdo aquella exitosa canción de Paul Young: Wherever I Lay My Hat (That’s My Home) –Donde quiera que ponga mi sombrero (Esa es mi casa)–. Me pasa desde que el fotógrafo y salinero Juan Carlos Sánchez de la Madrid me lo presentó en el bar jerezano La Moderna. Es evidente que esta asociación se debe a que José Mateos es inseparable de una mascota que remata su cráneo rapado y que no se quita ni bajo techo ni a cielo raso (dudo de que, incluso, lo haga para acostarse). Él se escuda en que lleva el tocado por pura coquetería, para disimular una temprana calvicie. Pero debe haber algo más. Desde luego una voluntad de estilo. La silueta de Pepín –como la de Hitchcock o la de John Wayne– es inconfundible y parece claro que a los poetas siempre les favorece a touch of dandy, como a los militares el aire marcial de las botas altas y a los periodistas las gabardinas.

Un grupo de sevillanos, entre los que abundaban los del gremio versificador, se reunieron el pasado martes en CajaSol para la presentación de la poesía completa de José Mateos, Los nombres que te he dado, recogida en la colección Vandalia, ese monumento que, bajo el paraguas de la Fundación José Manuel Lara, han levantado pacientemente durante 20 años los beneméritos Jacobo Cortines e Ignacio F. Garmendia. No seré yo el que glose aquí los méritos poéticos del jerezano (me faltan conocimientos y espacio), mejor se leen el prólogo de Vicente Gallego. Pero sí he de decir que siempre que me he acercado a sus poemas he encontrado una voz sobria, honda y hermosamente andaluza. No solo en sus versos, sino también en sus diferentes prosas y acuarelas de paisajes de una belleza entre tartésica y japonesa.

Que son muchos los que comparten mi opinión lo demostró el lleno de la presentación del libro. No es normal que esto ocurra con un título de poesía. Tampoco que la mayoría de los asistentes sean poetas, gremio que usa mejor la daga florentina que la pluma de ganso, con peores pulgas, incluso, que los aviesos periodistas. Sin embargo, José Mateos consiguió reunir a un buen número de aquellos sin que corriera la sangre (Juan Lamillar, Jesús Beades, Pepe Serrallé, Jesús Tortajada, Gonzalo Gragera, Victoria León, Juan Bonilla, Eduardo Jordá, José Luna Borge, Antonio Cáceres, etcétera). Al parecer, la poesía no solo sirve para odiarse, sino también para tejer complicidades entre dos ciudades que habitualmente se ignoran, Jerez y Sevilla; para vertebrar una Andalucía en la que hay más líricos que botellines, como diría el clásico. Nos quitamos el sombrero y, por supuesto, eximimos al autor de hacerlo.

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