
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Falla algo más que la falta de camareros
No hay que ofenderse porque el director de cine francés Jacques Audiard haya dicho que “el español es un idioma de pobres”. En un país como España, que pese a todo sigue siendo católico, los pobres son príncipes y los ricos mendigan la gracia de Dios. Sin embargo, el tal Audiard perdió una oportunidad de haber sido mucho más perspicaz y exclamar: “El español es un idioma rico hablado por pobres”. Y yo me hubiese quitado el bombín. Quizás sea cierto que, pese a Ortega, el castellano no sirve para filosofar; o que, pese a Ramón y Cajal, sea inviable para ciencia; o que, pese a Amancio Ortega, no atraiga al dinero. Pero sí sirve para cosas mucho más importantes. Le atribuyen a Carlos V la frase “hablo español a Dios, italiano a las mujeres, francés a hombres y alemán a mi caballo”. El inglés, por entonces, no contaba. Y por mucho que Borges despreciase la literatura hispana, pocas lenguas como la castellana han servido para narrar la gran aventura del hombre en este mundo. No hay que ir a nuestros escritores más grandes: Cervantes, Quevedo o García Márquez. Solo basta con fijarnos en ese monumento que son las crónicas de Indias, donde ya aparece el español como la lengua abundosa de los dos continentes. Si el Dante viajó a los infiernos, nuestros cronistas, algunos soldados con apenas lecturas, lo hicieron a los límites de un universo en expansión y lo contaron con una llaneza castellana que los hace tan grandes, al menos, como el divino poeta.
Ni el idioma español ni sus hablantes suelen sufrir de aporofobia. No la puede sufrir un pueblo que todos los viernes santos saca en procesión a Jesús el Nazareno. La prueba es que los viajeros románticos se maravillaban ante los mendigos hispánicos, orgullosos como pares de Francia y fieros como caudillos moros. Algo de ese espíritu se puede encontrar todavía entre los menesterosos marroquíes. En cierta ocasión, uno me dio una lección que nunca olvidaré.
Tampoco es preocupante que Donald Trump haya quitado el idioma español de la página web de la Casa Blanca. Es algo lógico en un político macarra y lenguaraz como es el presidente de los EEUU, un vulgar wasp carcomido por el puritanismo. Me preocupa más que el Gobierno de España sea incapaz de defenderlo, no en Washington, sino en Lérida o en Gerona. Inquieta que la derecha nacionalista española, Vox, se haya convertido en el caniche de un gringo gamberro que desprecia todo lo hispano y amenaza con tono matón a los que, pese a sus gobernantes, siguen siendo países hermanos. No nos enfademos, pues con la frase de Audiard. ¿Qué mejor manera de ir por el mundo que a pie, sin dinero y hablando a Dios en su propio idioma?
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