Tres interiores de Cruz y Ortiz

El 'hall' de Santa Justa nos conecta la memoria colectiva del viaje y su eterna promesa de libertad

Tres interiores  de Cruz y Ortiz
Tres interiores de Cruz y Ortiz

04 de junio 2020 - 02:30

Qué tienen en común el hall de la Estación de Santa Justa, la sala de lectura de periódicos de la biblioteca Infanta Elena y el patio de la Facultad de Ciencias de la Educación? Exacto: los tres son interiores que llevan la rúbrica de Cruz y Ortiz, flamantes ganadores del Premio Manuel Clavero que concede este periódico. Normalmente, cuando hablamos de la ciudad y sus arquitecturas, tendemos a hacerlo de exteriores, de fachadas, de las moles de los edificios, sin comprender quizás que las urbes, como bien subraya el ecijano Luis Vélez de Guevara en el arranque de El Diablo Cojuelo, son también recopilaciones de interiores, bullicio bajo techos privados o públicos. Centrémonos en los segundos. En nuestro portulano de Sevilla, ese que hemos ido dibujando en cincuenta años de dichas y malaventuras ciudadanas, tenemos señalados algunos de estos espacios interiores a los que merece la pena regresar: la hoy aula de ballet del pabellón de Argentina del 29, la sacristía de la capilla doméstica de San Luis, la Biblioteca de Arte de la Facultad de Historia… Otros, sin embargo, han desaparecido definitivamente ante la indiferencia general: el hermoso bar de oficiales del Regimiento de Caballería Sagunto 7, la antigua y noble biblioteca de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos (crimen perpetrado en el más gélido de los silencios) y un largo etcétera de estancias y crujías.

Por supuesto, y de ahí el artículo, en nuestro atlas de interiores figuran los tres de Cruz y Ortiz mencionados al principio. El hall de Santa Justa porque nos hace comulgar con todas las grandes estaciones de ferrocarril del mundo, con sus techos estratosféricos y su deambular hormigueante de personas. En teoría, según Marc Augé, debería ser un no lugar, un indiferenciado espacio de tránsito, pero el edificio consigue conectarnos con algo tan humano como es la memoria colectiva del viaje y su eterna e incumplida promesa de libertad. También con otro sentimiento universal: la alegría del regreso al hogar, el leal saludo de Argos y los abrazos conyugales de Penélope. De la sala de lectura de la Infanta Elena nos gusta su luz meridional tomada del patio ajardinado anexo, tan clásico y romano (aunque a veces lo vemos japo-andalusí) como el ladrillo visto del edificio. Sentarse allí por la mañana, a esa hora en la que todo es aún posible, es grato como el buen café y el rostro recién lavado. Finalmente, el espacio central de Ciencias de la Educación, porque funde patio y bosque, recordándonos que las sombras de los árboles, lugares propicios para la asamblea y el descanso, son los mejores interiores jamás pensados.

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