Con la izquierda sola no le llega

11 de mayo 2025 - 03:10

Como hace con todos los problemas –que conste que ésta es una gran virtud–, Pedro Sánchez convirtió su derrota en las urnas en 2023 en una oportunidad. A falta de mayoría para seguir gobernando se inventó un artefacto útil para no caer y lo dotó de ínfulas intelectuales: la España plural permitía unir ideologías, talantes e intereses variopintos en un bloque, muy precario por su propia heterogeneidad pero coincidente en su aversión a la derecha.

A mitad de legislatura la situación de la criatura de Zapatero-Sánchez ha empeorado objetivamente. Por un lado, la suma de PP y Vox se impone en todas las encuestas (o sea: no como excepción, sino como tendencia) a la suma de todas las izquierdas, hasta acercarse a la mayoría absoluta. Por otro, la izquierda radical se ha dividido. Bueno, no es que se haya dividido, es que los dos grupos escindidos se odian a muerte y dedican sus mayores energías a destruirse mutuamente. Es más, si Maíllo no logra remediarlo, lo van a conseguir.

Tal y como van las cosas –nunca hay que descartar imprevistos o acontecimientos que lo cambien todo–, las cuentas no salen para reeditar la coalición llamada progresista tras las próximas elecciones generales. Dado que los aliados periféricos no dejarán de ser minoritarios en el conjunto nacional, además de insaciables en sus exigencias, y que los socios estatales van a menos, el PSOE está obligado a aumentar sus propias expectativas electorales para derrotar a los conservadores.

¿Cómo hacerlo? O disputando al PP el favor de sus votantes más moderados, o sea, el amplio sector de las clases medias centristas, o intentando atraer a los votantes de Sumar y Podemos, desencantados por la crisis interminable de ese espacio político, apelando al voto útil y la terapia del mal menor. Se trataría de transformar el desastre de la izquierda radical en oportunidad para la izquierda tradicional. Pura resiliencia del mejor especialista en la materia.

Hay síntomas de que los tiros van por ahí. Proliferan los rasgos y actitudes populistas en el Gobierno, desde la imposición de la semana laboral no pactada con los empresarios –lo socialdemócrata es la concertación, como practicó Yolanda Díaz durante el Covid– a la demagogia contra los ultrarricos y la energía nuclear, la consulta sobre la opa del BBVA o la estupefaciente intrusión de la telebasura en la TV pública. Inconveniente: el electorado buscado es bastante ideológico y fiel. Quizás se refugie en la abstención.

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