La ciudad y los días

carlos / colón

La maldad también existe

PONE los pelos de punta saber que hasta la reciente Ley de Protección de la Infancia no existía un registro de delincuentes sexuales que impida que un pederasta pueda trabajar con niños o participar en actividades con menores. Pone igualmente los pelos de punta saber que tampoco se consideraba víctimas a los hijos de las mujeres maltratadas y no se tomaban medidas radicales para alejarlos de sus padres. ¿Nadie había caído en la cuenta de que, como se dice en el texto de la nueva Ley, los menores pueden convertirse en instrumento de dominio sobre la mujer o ser simplemente víctimas de la crueldad incontrolada de quien se sirve de la violencia en sus relaciones familiares? Como ha comentado un experto, "un maltratador no puede ser un buen padre". ¿Hasta ahora no nos hemos enterado?

Estamos pagando muy caro la estupidez bienintencionada con la que se ha legislado en este país como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles. Las reformas que el Gobierno popular está llevando a cabo -incluyendo la llamada cadena perpetua revisable- eran necesarias y urgentes. Esta Ley de la Infancia y la Adolescencia también. En poco más de una semana cuatro menores han sido (presuntamente) asesinados por sus padres. En los últimos dos años 18 niños han sido víctimas mortales de la violencia de género. Se legisla teniendo en cuenta el bien de la sociedad, la igualdad ante la ley, la proporcionalidad de las penas, la resocialización y reinserción de los delincuentes… Y está muy bien que así sea. Pero nos diferencia de los países de nuestro entorno -aunque gracias a estos cambios las diferencias se atenúan cada vez más- que se ignorara que algunos graves delitos no se cometen por inducción ambiental, carencia de oportunidades o injusticias estructurales, sino por el puro deseo de hacer mal, de causar sufrimiento, propio de tipos que carecen por completo de empatía.

Estos delincuentes no pueden ser tratados como los otros y sus víctimas potenciales necesitan ser protegidas. El pederasta volverá a abusar y el maltratador volverá a maltratar hasta llegar al asesinato de su mujer (o a conducirla al suicidio al no hallar salida, como acaba de pasar) y en algunos casos al de sus propios hijos. Así es la maldad. Era urgente endurecer las penas y ampliar la protección a las víctimas. Dicho sea en estos tristes días en los que cuatro niños han sido (presuntamente) asesinados por sus padres.

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