La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
BREVIARIO
TODOS los 11 de marzo, antes de y después de 2004, el mundo gira, las parejas se aman con furia en los moteles, los adolescentes danzan, un genio nace en una inclusa, un autor concibe un poema memorable, un sádico espera a su víctima en una esquina, un hombre vomita con rabia por una injusticia... Sin embargo ahora, precisamente ahora, hay quien cree que aprovechar el próximo 11 de marzo para expresar la indignación en la calle por las medidas injustas del Gobierno es un sacrilegio porque el despecho no puede coincidir con el luto por las víctimas de los atentados de 2004. Es el mismo mecanismo tramposo con que a los niños del franquismo nos prohibían reír y jugar el Viernes Santo. La tristeza convertida en bozal. Los promotores de semejante despropósito quieren en nombre de la pena cohibir la respuesta a la injusticia, coartar los gritos en las calles, intimidar a los rebeldes. A quienes propugnan semejante sinrazón se les ha unido incomprensiblemente el ministro del Interior y eso añade un plus de inquietud porque Jorge Fernández pertenece al mismo partido que aun con los trenes humeantes intentó sacar provecho político al atentado y ahora, como si pagara una deuda, ha ordenado a su fiscal que reabra una investigación ya cancelada que equivale a reeditar aquella mentira, aquella inmensa falta de respeto y humanidad.
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