EL TIEMPO Llegan temperaturas de verano a Sevilla en pleno mes de mayo

Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

No sin mascarilla

No se puede dejar en manos del conductor del autobús el control de cuantos pasajeros se niegan a cubrirse el rostro

La espeluznante noticia de que un conductor de autobús de Bayona recibió una paliza que le ha dejado en estado de muerte cerebral tras obligar a unos pasajeros a ponerse la mascarilla debería servirnos para reflexionar sobre la obligatoriedad de llevarlas en los espacios públicos y en zonas donde es difícil o imposible mantener la distancia de seguridad, como un autobús de línea. Debemos saber cómo se articularán las normas ahora que todos hemos comprobado que hay un sector muy amplio de la población que se resiste a reconocer, muchas veces por motivos ideológicos, que, hoy por hoy, la mascarilla es la forma más eficaz de protegernos contra la expansión de la pandemia. A estas alturas del desconfinamiento son múltiples los ejemplos de cómo se vulnera lo que debería ser una práctica de sentido común, una relajación general en las costumbres, como si el peligro ya hubiera pasado, que se manifiesta también en algunas oficinas donde la gente ha vuelto incluso a fumar. Con todo, lo más preocupante es la actitud violenta que empiezan a adoptar quienes dicen defender su libertad de seguir haciendo la misma vida que antes, un peligrosísimo cóctel de chulería, ignorancia e insolidaridad en medio de la peor catástrofe sanitaria del último siglo. Cualquier sanitario de una ciudad costera con el que hablen estos días podrá ponerles algún ejemplo de cómo están llegando turistas con síntomas susceptibles de Covid-19 ahora que, por salvar el sector, se han levantado las restricciones a los viajes. Y cualquier usuario habitual de transportes públicos le recomendará el tren, ya que es fácil cambiar de vagón en el caso de que sus vecinos de asiento se quiten la mascarilla durante el trayecto. Por desgracia, no pude seguir el otro día ese sabio consejo porque en Renfe no había horarios que me encajaran y, mientras regresaba a Sevilla en autobús interurbano, conté a la altura de Utrera al menos tres personas que no la llevaban. Entre ellas, un chaval al que, después de airear por teléfono y a voz en grito sus últimas conquistas en una ruta de locales de moda que concluye al alba en las discotecas de la Cartuja, le dio un espectacular ataque de tos. Varios pasajeros le pidieron por favor que se pusiera la mascarilla, a lo que él se negó "porque eso me lo tiene que ordenar el conductor y no ustedes". Al llegar a la estación de autobuses, con las oficinas ya cerradas y ante la imposibilidad de poner una reclamación, el conductor reconoció la dificultad de imponer el orden mientras conduce. Ese mismo día supe que otros usuarios, esta vez del autobús a Chiclana, habían impedido que subiera un pasajero que tenía billete pero no mascarilla, y lo contaban orgullosos como una conquista vecinal. Meritoria, ciertamente, pero no es función de los ciudadanos suplir la incompetencia de las autoridades.

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